Casa desplazada

En septiembre de 1985, el día 19 a las 7:19 de la mañana, un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter mató a 10,000 personas (o más) en Ciudad de México y algunas otras ciudades del occidente.  En septiembre 7, a las 23: 49 horas, un terremoto de 8.2 grados mató a 95 personas en Oaxaca, Chiapas y Tabasco.

Se podría decir, simplificando las cosas –una sola vida es sagrada-, que los mexicanos estamos más preparados, que hay mejor infraestructura, que funcionaron las alarmas, que éste fue oscilatorio y el de hace 32 años trepidatorio; que el epicentro fue frente a las costas de Chiapas y aquél entre las de Jalisco y Guerrero… 

Sin duda, esto es cierto.  Y más datos que se nos pasan.  Pero el mayor de todos es el que no sale en la prensa: que Dios sigue protegiendo a la nación por la que su Madre hizo lo que en ninguna otra nación ha hecho: quedarse a vivir entre nosotros.  Cuando uno oye hablar a los políticos se queda de piedra.  Ellos lo pudieron todo.  Incluso detener una fuerza telúrica mayor que la de 1985.  Que piensen lo que quieran.  María de Guadalupe nos acoge, como acogió a Juan Dieguito. Y su intercesión domina nuestro destino.

“Dios está aquí”, cantan los coros de parroquias sencillas del país.  Sí, Dios está aquí en la presencia amorosa y solidaria de su Madre en la advocación de Guadalupe.  El problema somos nosotros, que lo hemos expulsado a Él, y a ella la hemos vuelto visible objeto de peticiones, olvidándonos de la misión que dejó a los mexicanos: hagan de México –para América—una casa de oración.  ¿La hemos hecho?  No se puede construir una casa de oración a balazos.

Publicado en El Observador de la actualidad