¡No ceder!

El primero de todos los mandamientos de la sociedad cristiana es no ceder al mal, no dejarse vencer por él. Buscar los medios para convertirlo en bien. Se dice fácil. Pero no lo es. Requiere mucho sacrificio y mucha participación de todos. Y cuando se dice de todos, se dice, justamente eso: nadie puede justificarse aduciendo «que a mí no me toca, que lo haga el gobierno, que lo hagan los ricos, que lo hagan los policías, los soldados, los familiares de la víctimas…».

La balacera en el estadio de Torreón el sábado pasado ha puesto de cabeza al país. Ahora resulta que ya ni al futbol podemos ir. Todos hemos oído –quizás nosotros mismos lo hayamos hecho—de familias que ya no salen al cine, de gente que ya no toma carretera, de parejas mayores que ya no van a bailar danzón los domingos por la tarde al quiosco del pueblo… Eso es lo que quieren los malvados: amedrentarnos, herirnos en lo más íntimo, en lo que constituye a una sociedad: la convivencia y el orden.

Quieren meternos miedo. Mucho miedo. Y, por desgracia, lo están logrando. Las imágenes de jugadores de Santos y Monarcas corriendo despavoridos a los vestidores, junto con árbitros y abanderados; de los espectadores metidos detrás de las butacas, en el foso que separa las gradas del campo de juego, el pánico colectivo (y perfectamente justificado), dieron la vuelta al mundo. También la entereza de quienes estaban en el estadio Corona. Su dignidad. Y eso es lo que más vale.

Porque es un mensaje fiel de lo que debemos hacer. Plantarle cara al mal. Decirle alto y quedito que somos más fuertes. Que somos hijos de Dios. Que estamos protegidos por María de Guadalupe (nadie me puede quitar de la cabeza que 800 balazos no dieron en la multitud por su intercesión). No dejarles a ellos la pauta. Ni dejarnos dominar por el miedo. Ser prudentes, sí, pero no gallinas.
 
Y algo más, que está al alcance de todos: exigir exigiéndonos. Si pedimos orden, tenemos que dar orden. Si pedimos paz, tenemos que dejar de ser violentos. Aumentar nuestra espiritualidad. Rogar a Dios y tender la mano a los otros. ¿Es mucho? Es lo mínimo que le podemos dar a nuestra querida Patria. A María de Guadalupe, Reina de México.