Restos del Naufragio

España y muchos otros países europeos, así como Estados Unidos, atraviesan por una enorme crisis económica que puede hacer estallar la de por sí muy débil economía mundial. Cuando se sientan a pensar en el por qué, los gurús de la política, de la economía, de las finanzas, se olvidan de lo esencial: de que solamente es la familia estable –papá, mamá e hijos—la que puede consolidar una sociedad.

El Papa Juan Pablo II no se cansó de repetir que una familia fuerte hace una sociedad fuerte. Por contra, una débil, despedazada, desgajada, debilita a la sociedad. Eso, los santones de la política, allá y aquí, lo han tomado como una afrenta, una especie de «intromisión» de la Iglesia católica en los asuntos públicos. Lejos de encontrar la grandeza de la misión de la familia, la han convertido en una especie de antigüedad romántica, autoritaria y regresiva.

Pero, por desgracia, esas visiones deslucidas y perversas del mayor tesoro de la humanidad le han hecho un daño enorme a la propia humanidad. Y, también, a la economía. Fíjese el lector si no. Un estudio de la «Brookings Institution», reproducido por la (nada sospechosa de estar al lado de la Iglesia) revista inglesa The Economist, señaló que «el 50 por ciento de las desigualdades económicas que se producen en Estados Unidos se registran tras la ruptura de los matrimonios».

Es decir, en lenguaje llano, que la familia que fracasa, que no se consolida, que se rompe, se vuelve más pobre, mientras que la familia estable tiene más posibilidades de progresar. No se necesita ser un mago de la sociología para darse cuenta que una familia estable crea un ambiente de cooperación, de solidaridad basada en el cariño, y que esa solidaridad (así lo demuestran las miles de familias misioneras que trabajan en las parroquias y en las escuelas de México) tiende a difundirse, a hacerse presente –movilizando recursos—en los más necesitados.

El matrimonio cristiano (tan odiado por algunos políticos) es, ¿quién lo iba a decir?, el motor de la economía. La fidelidad conyugal y la colaboración con el plan de Dios en la procreación y educación de los hijos crea el ambiente propicio para la mayor de todas las empresas humanas: la empresa de ser hombres para los demás. Hace menos de una semana, el Papa Benedicto XVI insistía, en un discurso en la FAO, sobre la importancia que tiene la familia en la empresa rural. Decía que una comunidad natural basada en el amor era capaz de transformar la pobreza y el abandono a que tienen sometido al campo las naciones, los gobiernos… los políticos.

El estudio citado por The Economist, «coincide casi con los resultados del último censo de Estados Unidos, correspondiente a 2010, en el que por primera vez en la historia del país el número de hogares con parejas casadas es inferior —45 por ciento— al de hogares con otro tipo de composición. El censo confirma que en todos los estados de la Unión crece el número de parejas no casadas, hogares sin hijos y familias monoparentales, por lo general madres solteras». Lo mismo sucede en España, el país con menor tasa de natalidad de Europa (y del mundo).

Ni a Zapatero ni a Obama les preocupa el matrimonio pues, como dice The Economist sobre Obama, «sabe que las mujeres no casadas votaron de modo abrumador por él». Lo mismo que pasa en México: los intereses políticos como razón de Estado. Qué importa si al Estado se lo está llevando la trampa.