Tenemos una enorme responsabilidad este 1 de julio de 2018: votar por el bien posible y olvidarnos de votar por el mal menor. ¿Cómo es eso?
Actualmente, no hay foro donde no se discutan las elecciones de este año. Todos nos hemos convertido en politólogos, adivinos o investigadores, pero la mayoría nos nutrimos con noticias falsas, noticias que crean división y encono: que si a López Obrador no lo va a dejar llegar Estados Unidos; que si Anaya es un desleal; que si a Meade lo van a quitar de candidato… Continuar leyendo
Para mi generación el 2 de julio de 2000 fue un parteaguas. Por muchas razones. ¿La principal? Que el cambio era posible. Lo que nos había sido sugerido como una quimera, de pronto se había convertido en realidad. Poco importaba que el que encabezara el cambio fueran Fox o el PAN. Era el abanderado de un México que en 1968 se había revelado en contra del autoritarismo de Estado y que en 1985 había descubierto la solidaridad por detrás, por abajo, por un lado de los controles oficiales.
Hubo estas semanas una corriente de opinión insistiendo en que nos abstuviéramos de ir a votar. Ojalá no haya hecho mella en usted. Hay que matar al pesimismo y hay que mostrarle a los que ven muerta a la Patria de qué estamos hechos los mexicanos de bien. Y que somos la mayoría.
Cada día que pasa, las redes sociales se encargan de mostrarnos en lo que hemos convertido nuestra democracia. Dijo don Raúl Vera, obispo de Saltillo, que quien vendiera su voto era «reo de sangre». Y dijo bien. Por desgracia, el hambre ganó a la sangre. Y la inmoralidad profunda de los compradores de votos.
Las elecciones se están convirtiendo en fuegos de artificio, en espectáculo de televisión, en plataforma del miedo. Mala señal. Los triunfadores llegan cercados por compromisos e intereses ajenos a la gente. Las campañas usan, perversamente, la miseria material de muchos. Y la convierten en miseria moral: comprar el voto por una cubeta, una lámina, una camiseta, una triste despensa (que pagamos los que pagamos impuestos), es una indignidad que tirios y troyanos explotan. A veces más los tirios. A veces más los troyanos…
Ha llegado el 1 de julio. Y con él la gran movilización electoral que México sufre cada seis años. Digo que sufre porque todavía eso de la contienda electoral “como una fiesta de la democracia”, no se nos da. El espíritu bélico, de conquista y guerra florida, fruto del encuentro de dos mundos que fluye en nuestra sangre, propicia un marco virulento de amenazas, descalificaciones y uno que otro descabezado.
Los estudios señalan que noventa y cinco de cada cien anuncios publicitarios de la televisión no son recordados por el público. Es decir, solamente cinco de cada cien tienen la suerte de ser recordados, y eso por un lapso no mayor a las veinticuatro horas posteriores a ser vistos.
Pasan los días y la organización crece. Aquí y allá, jóvenes universitarios, constituidos en red por la autopista digital, alcanzan sitio de privilegio en los titulares. Ya tienen estatutos. Y le han exigido a los partidos y a los candidatos, que no se cuelguen de ellos, que no le sigan haciendo al alambrista. ¿Será la primera ocasión en la vida política moderna de México que un movimiento juvenil evita a los infiltrados?
A la mitad de las campañas políticas, la moneda está en el aire. Tras el post debate y los abucheos de Peña Nieto en la Ibero, las cosas parecen encontrarse en un punto muerto. Josefina no avanza, AMLO se queda donde está. Pero, ¿es esto realidad?