Aturdido por las bombas, cubierto de polvo, el rostro ensangrentado, sentadito en una ambulancia como si estuviera castigado en el cole, o participando en una merienda de personas mayores, el pequeño Omran Daqneesh me mira, te mira, nos mira a todos con la incredulidad de la inocencia frente al mal.
Sucedió en Alepo, la ciudad de Siria en la que se disputa –dicen—la batalla final entre las fuerzas leales al gobierno y grupos rebeldes, apoyados, unos y otros, por diversas potencias internacionales. Es difícil, muy difícil saber qué está pasando en realidad en Alepo, en el resto de Siria, como ayer lo fue (o lo sigue siendo) en Irán, Iraq, Argelia o Afganistán. Continuar leyendo