Las imágenes del ataque de los terroristas a la sala de conciertos Bataclan de París no dejan de darme vueltas en la cabeza. Pero hay una que me parece, al mismo tiempo, desgarradora y luminosa: la de una mujer embarazada, colgada de una ventana para escapar de los disparos, y la de un caballero (en toda la extensión de la palabra) que detiene su huida y la auxilia hasta dejarla a salvo.
Ambos ya se encontraron, ya se saludaron, ya hicieron de esta barbarie un himno a la defensa de la vida y a la elemental solidaridad humana. Contra el extremismo de los fanáticos, una flor de hombría y femineidad, de cariño por el no nacido y heroísmo para ayudar a otro a despecho de la propia seguridad. Contra eso jamás podrán los violentos. Es su derrota. La única derrota que podemos propinarles. Continuar leyendo