Las elecciones del pasado domingo nos dejan un mensaje muy claro: el sistema tradicional de partidos políticos súper poderosos está en quiebra. Curiosamente son dos personajes sui generis los que lo pusieron así: “El Bronco” en Nuevo León y el chavo Pedro Kumamoto en el Distrito local número 10 en Zapopan, Jalisco.
El primero fue impulsado por el gran capital de Monterrey y por un periódico muy poderoso en el norte del país. El segundo hizo una campaña excepcional, con nulo presupuesto, sin partido, con jóvenes de Zapopan, redes sociales y un mensaje inobjetable: “Los muros sí caen”. Continuar leyendo
Hubo estas semanas una corriente de opinión insistiendo en que nos abstuviéramos de ir a votar. Ojalá no haya hecho mella en usted. Hay que matar al pesimismo y hay que mostrarle a los que ven muerta a la Patria de qué estamos hechos los mexicanos de bien. Y que somos la mayoría.
La superficie del país, sobre todo en los estados en los que se renueva la gubernatura, está tapizada de varones y damitas que ríen con la mazorca completa, con sonrisas a medias, con gesto popular de cariñoso futuro. Candidatos y candidatas —más ellos que ellas, hay que decirlo todo— contemplan el pasar de los coches y de los transeúntes con una alborozada simpatía, con una especie de encanto y sencillez. Como diciendo: si la Patria se hubiera fijado antes en mí, otro gallo (o gallina) hubiera cantado (o cacaraqueado); pero, hermanos míos, hermanas mías, todavía están a tiempo: el 7 de junio se pueden poner a mano y enmendar su error…
Es difícil saber cuál de las campañas políticas que nos asedian de una manera atroz es la más mala de todas: si la del abuelito que operan y la nietecita que va a verlo sin tener que dejar los estudios, o si la que dice lero, lero, por lo que le dolió a los del establo de enfrente el haberle dicho sus verdades.