En una de sus intervenciones destinadas a convertirse en famosas, el Papa Francisco acaba de decir algo fenomenal (de tan sencillo).  Hablando sobre las tentaciones del desierto a Jesús, y las modernas tentaciones, lanzó este buscapiés: ¿qué pasaría si lleváramos la Biblia pegada a nosotros, como llevamos el teléfono celular?
Me acuerdo de un viejo cuento (¡de hace veinte años!) en el que un adolescente decía que quería ser la televisión de su casa para que todos le hicieran tanto caso como le hacían a ella; cuando se descomponía había una movilización total; cuando llegaban sus papás la iban a ver… Continuar leyendo
Me figuro que ya no se usa el término “desatados” para los niños que andan corriendo por la casa.  Los niños ya no corren, chatean sentados, quietos, como quien mira al limbo…  Los que sí andan “desatados”, corriendo por nuestra casa que es México, son los “suspirantes” a la presidencia el lejano 2018.
Uso el título remedando un capítulo de Confesiones de un Pequeño Filósofo del español Azorín.  En él hace un resumen de su infancia provinciana y condensa, en tres frases, en tres cofrecillos guardados con celo, la mentalidad de los mayores de su pueblo: “¡Es ya tarde!”, “¡Qué le vamos a hacer!” y “Ahora se tenía que morir!”
Esta semana, sin que muchos supieran que había existido, murió en Paris a los 77 años el sociólogo y filósofo búlgaro-francés Tzvetan Todorov.  Autor de buena cantidad de ensayos e investigaciones que van de la estructura del relato fantástico a la conquista de América, su tema –como buen desplazado del país que lo vio nacer—fue esencialmente el “miedo” al otro, al extranjero, al refugiado, al migrante, en suma al “bárbaro”. 
Las vallas, los muros, son señales inequívocas de miedo.  De miedo al otro.  La historia nos enseña que todas las barreras caen.  Tarde o temprano, como el Muro de Berlín, la gente las echa abajo.  Es imposible odiar por decreto al vecino todo el tiempo.  El mazo que tumba la pared no viene de afuera.  Viene de adentro.
El periodismo libre –no el oficial o el ideológico– tiene una doble función: reseñar lo que sucede en la realidad y hacerlo desde un interés absolutamente humano. Vale la pena detenerse en esto.
Que un ciudadano tan limitado como el nuevo presidente de Estados Unidos tenga en vilo a México es señal de un desastre moral que no se construyó antier, sino que viene de hace un siglo, cuando en la Constitución se instituyó el dogma laicista: “Dios, si existe, no importa”.
Más que un decálogo abstracto (eso se lo dejamos a los políticos), lo que nuestro país reclama de todos los católicos –y de personas de buena voluntad– son acciones concretas; acciones que transformen nuestro metro cuadrado de influencia y que, al sumarse, hagan el cambio.  Esta lista es, desde luego, mejorable.  Pero es la que se me ocurre: 
Percibo –como usted—un ambiente muy pesado en México. Ocasión no falta. Nuestro gobierno da la oportunidad semanal de hacernos sentir inquietos. Arriba del Río Bravo, las nubes parecen negras. Y la violencia no cede.
Tal vez 2016 sea recordado, en los medios de comunicación, como el año de las paradojas.  Lo que se anunciaba que se iba cumplir, no se cumplió.  Y lo que se anunciaba como imposible, se volvió posible.  La realidad, la tozuda realidad, se ha impuesto, finalmente, a las predicciones y propuestas de los grandes medios y de los gobiernos.