Lo de Monterrey ha sido ya no un timbre de alarma sino el total ulular de las sirenas que anuncian la llegada del terrorismo. Sin fines ideológicos. Un terrorismo difuso, confuso, brutal. Va dirigido a causas diferentes del poder. Va dirigido al mal absoluto que es el desprecio por la vida.
Así como hay «precursores» de las drogas de diseño, también hay «precursores» del terrorismo. ¿Cómo no mirar, por ejemplo, la legalización del aborto como una de las causas de la crisis que vivimos en la indiferencia ante la eliminación de los más indefensos? ¿Cómo no generar una sopa nutricia de la granada de fragmentación a la multitud congregada en una plaza pública, o del rociamiento de gasolina a un local con gente dentro, si a diario los niños y los jóvenes mexicanos contemplan en la tele toneladas de violencia?
El respeto a la vida es el respeto a la vida. No hay que darle más vueltas. Hemos generado una sociedad esquizofrénica. Por un lado, marchas por la paz; por el otro, la permisividad completa; la pasividad ante el drama de la pobreza, la maldición de una cultura en la que priva el «sálvese quien pueda». Dicho de forma cristiana, una forma de vida basada, esencialmente, en el alejamiento del temor de Dios (y en el acercamiento paulatino al culto del nuevo dios-dinero-lujuria-poder).
Aquí y allá formulamos tímidas iniciativas: cadenas de correos electrónicos, mítines con pancartas, un extenso ¡ya basta! dirigido al vacío. Echamos culpas sin asumir compromisos. Nos importa un rábano la Patria mientras a nosotros no nos llegue la ola; mientras estén cuidados los intereses pequeñitos que nos dan seguridad; mientras rindan beneficios a mi entorno las autoridades corruptas… Y los católicos andamos como sin aliento.
Elías Canetti señala un horizonte al escribir: «Sería muy importante encontrar una vía para el aprovechamiento de lo malo, de suerte que la maldad de los demás nos volviera por fuerza cada vez mejores». ¿No podríamos tomar ese consejo, sin duda inspirado por el Espíritu Santo? Que el terror me vuelva solidario; que el egoísmo me haga desprendido, que la guerra me convierta en instrumento de la paz. La vía que pide Canetti es el encuentro con Jesús. Un encuentro personal con Él. El único que cambia el corazón; el único que puede transformar el rostro desfigurado de mi Patria.