Imágenes de Fukushima

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El epicentro del temblor y del tsunami que golpearon al noreste de Japón hace un par de semanas los han situado, los analistas geopolíticos, en el corazón del capitalismo. La enorme inversión para producir energía nuclear de Japón, y su debilidad frente a la naturaleza, han dejado a la intemperie el error garrafal de las economías lideradas por la producción a como dé lugar: situar el rendimiento por encima de la persona.

Las imágenes de los reactores de Fukushima en llamas, con el núcleo en fusión y con la evacuación masiva de habitantes de la zona de Sendai, hacen recordar las imágenes de una guerra. Son, como si dijéramos, las tarjetas postales de un sistema que declina. O, más bien, de un horror que se prolonga. Si el socialismo, como decía Chesterton, es poner todos los huevos en una canasta para que, luego, el gobierno se la lleve; en el postcapitalismo, ni siquiera existe la canasta.

Estos gigantes productores de energía pueden tener su justificación sí y solamente si nutren a una industria igualmente desproporcionada. De nuevo Chesterton: en lo que han fracasado capitalismo y socialismo es en la preservación de la pequeña propiedad, de la propiedad menuda, a la medida del hombre. O el Estado o el Mercado, pero las personas nada pintan en este esquema. ¿Los mejores ejemplos? Chernóbil y Fukushima.

Por supuesto que el gigantismo trae aparejadas consecuencias gigantes. El desastre nuclear de Fukushima advierte sobre la incoherencia de una manera de desarrollar a la sociedad apostándole a la inexistencia de la persona. Aunque, finalmente, sea la persona la que termine “pagando el pato” del propio gigantismo. El denodado esfuerzo del ejército japonés por enfriar los reactores dañados por el sismo y por la avalancha de agua; las fugas masivas de hidrógeno y de japoneses en el aeropuerto de Tokio, son dos caras de la misma cuestión: apostar por la imposibilidad de ser feliz sin ser rico.

Afortunadamente para los japoneses —según lo que podemos conocer de su historia— les resta un código de honor que puede sacarlos a flote de este mar de problemas a los que se enfrentan. Sin duda, también, la ayuda internacional les servirá de acicate.

Pero, insisto, en el fondo de la catástrofe, en las imágenes que a diario vemos de Fukushima, lo que hace agua no es tanto el reactor número 4, sino el conjunto de factores que lo construyeron a la orilla del mar, en medio de una ciudad, en un entorno al que le dijeron que una planta termonuclear era “segurísima”.

Publicado en Siempre!