En un libro reciente, de Caritas Mexicana y la Comisión Episcopal de la Pastoral Social (CEPS), libro que lleva por título Los pobres no pueden esperar, hay un apartado importantísimo y que hoy quisiera compartirlo con usted.
En efecto, los que llevaron a cabo el muestreo y la recogida de datos en todo México, se salieron, venturosamente, del guión establecido para este tipo de trabajos, y fueron a preguntarle a muchas mujeres (y a muy pocos hombres, pues en México la pobreza tiene rostro de mujer) cuáles creían que eran las causas para no poder salir del círculo vicioso de la pobreza (sus abuelas y sus madres eran pobres, ellas lo son y sus hijas pueden llegar a serlo).
Se trataba de encontrar claves de la pobreza en México mediante el auto diagnóstico de las personas que la padecen. En su relato, tres fueron las principales causas que las (y los) han orillado a vivir en los márgenes del bienestar:
1. El alcoholismo
2. La falta de habilidades educativas y culturales
3. La soledad
El alcoholismo de los varones (aunque, por desgracia, las mujeres mexicanas también han caído ya en sus garras) es un empobrecedor brutal de la vida de las familias. Y lo peor es que tiene carta de legalidad en cada rincón de la nación. Para combatirlo hace falta restituir la teoría de la sobriedad como una virtud social. Y ahí los medios de comunicación tienen la palabra
La falta de educación nos hace un país de segundo año de secundaria (en promedio, 8 años de educación, contra 16-18 de los países desarrollados). Para enfrentar este desequilibrio hay que buscar mejores maestros, invertir en cultura y asegurar a las familias contra la deserción escolar de los niños y los jóvenes.
Pero la soledad sí que nos compete a nosotros, especialmente a los católicos. Si el Estado ha abandonado a los pobres, nosotros tenemos que reconstruir el camino de la verdadera solidaridad. Porque «los pobres no pueden esperar», «la caridad de Cristo nos urge». Es la enseñanza de Caritas.