El Anuario Pontificio 2010 indica que ya somos mil 166 millones los católicos en el mundo. En México, el censo de este año seguramente dará una cifra cercana a los 90 millones de personas. En el planeta somos 17. 4% del total de la población; en México, el 88%.
Lejos de las previsiones, estamos creciendo, aunque muy modestamente, tanto a nivel mundial como a nivel nacional. ¿Echamos las campanas a vuelo? De ninguna forma. Uno de cada cuatro personas que se dicen católicos realmente «santifica las fiestas», es decir, considera el domingo como el día del Señor y los días de guardar como obligatorios de su fe.
También en estos asuntos hemos comido del caldo del relativismo. «Dios sí, Iglesia no», oímos decir por doquiera (en los comentarios a la nota de El Universal sobre los datos del Anuario Pontificio 2010, un lector decía que él había ido como diez veces en su vida a Misa, por obligación, y que, seguramente por ello, ya lo consideraban «católico», a lo que él se oponía pues la Iglesia está llena de pederastas y…, bueno, lo de siempre). El tercer Mandamiento, «Santificarás las fiestas», parece que nos queda grande, parece que no lo comprendemos o que no lo queremos comprender. Lo cambiamos por: «santificarás la tele los domingos o los jueves al antro».
«Los cristianos —apunta el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica— santifican el domingo y las demás fiestas de precepto participando en la Eucaristía del Señor y absteniéndose de las actividades que les impidan rendir culto a Dios, o perturben la alegría propia del día del Señor o el descanso necesario del alma y del cuerpo». Hegel —el filósofo alemán— hablaba de conjugar los díaslaborales de la semana con el «domingo de la vida». Lejos de considerar el descanso y la liturgia como una fiesta, los vemos como cargas inútiles. Somos especialistas en el pretexto: «voy a Misa cuando me nace»
Descubrir la alegría de santificar las fiestas es descubrir la belleza de la fe, la poesía y la música de
la fe. Si lo hacemos —laicos y sacerdotes— estoy seguro de que los números se incrementarán, porque la belleza es pegajosa. Lo mismo que la fe asumida hasta el tuétano.