En los últimos días, prácticamente todos los medios se han hecho cadena para difundir la denuncia por encubrimiento hecha al cardenal Norberto Rivera. Sin entrar en la polémica, quiero mostrar que, tras las reiteradas invectivas del Papa Francisco sobre el combate a todos los niveles contra el abuso sexual de menores por sacerdotes, la Iglesia Católica de México ha comenzado a virar su lenguaje y su comprensión de esa acción que nadie duda en calificar como criminal.
El pasado 4 de abril, se celebró la primera Jornada de Oración por las Víctimas de Abuso Sexual. Guiados por la frase del Papa Francisco “La Iglesia llora con amargura este pecado y pide perdón”, los organizadores propusieron al pueblo fiel de México que “en este tiempo de conversión, como Iglesia pidamos perdón por todos los abusos cometidos contra los menores”.
El encuentro se efectuó en la Universidad Pontificia de México y la parte central la tuvo el obispo auxiliar de Monterrey y Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), Alfonso Miranda Guardiola, quien señaló —con claridad— que los niños abusados sexualmente por sacerdotes y religiosos son como “mártires de nuestra época”, pues fueron “víctimas de una estructura clerical con síntomas desbordantes de poder”.
El obispo Miranda fue más allá de la retórica o de la simple petición de disculpas. Para él, algunos miembros de la Iglesia Católica han sido “espectadores silenciosos” y han incurrido en “el ocultamiento y la complicidad” en los casos denunciados de abusos sexuales realizados por sacerdotes en contra de menores.
Más adelante señaló de la forma “incorrecta” cómo algunos obispos mexicanos han tratado los casos de pederastia, encubriendo a los victimarios dejando impunes sus crímenes. Esos actos deben concientizar sobre el mal “que dentro de la Iglesia hemos cometido”. La Iglesia asume “la vergüenza que la sociedad siente”.
Pidió tener claro “que toda la labor de la Iglesia no vale tanto como dañar a una criatura”; por lo que se debe “dar la cara a las familias de las víctimas, a ellos mismos, a toda la sociedad, sin alteraciones, sin huidas, sino con toda la responsabilidad”.
El cambio va en marcha. Y es bueno para todos. Especialmente para los católicos. Una Iglesia humilde es una Iglesia que pide perdón. Y que está, como Jesús, del lado de los niños.
Publicado en Siempre!