En la reciente Feria Internacional del Libro de Guadalajara se llevó a cabo el foro “Los desaparecidos nos faltan a todos”. En él, hombres y mujeres de todos los rincones del país, nos recordaron una verdad del tamaño de un puño: que los mexicanos ya no podemos voltear el rostro hacia el gobierno y decir que “ellos”, los del gabinete actual y los del pasado, a diez años que Calderón sacó al Ejército a las calles, son los “únicos culpables” de que hoy mismo 30mil personas no “aparezcan”.
La noche del 26 de septiembre de 2014, en Iguala, comenzó un episodio que dio la vuelta al mundo. Ha sido el disparador de lo que ahora es un movimiento nacional que no requiere de los medios tradicionales para comunicar el dolor de esta enorme tragedia (que cada día nos pega más cerca). Las redes sociales han sido aliadas de muchas madres, de padres, hermanos, amigos que rastrean a sus seres queridos. Ya no en la indiferencia, como antes, que dependían del aparato comercial de medios de comunicación para difundir sus querellas. Cada uno tiene a la mano el modo que antaño —no hace más de una década— solamente tenían las cadenas comerciales de radio, televisión o los periódicos de gran tirada.
Es un cambio radical: los sin voz han ido adquiriendo una. Soterrada pero fuerte. Y los políticos, los empresarios, la sociedad misma ya no podemos salir con las fórmulas clásicas para escurrir el bulto. Los políticos no van a salir con aquello que “se trata de un invento”, que todos los desaparecidos son por “ajuste de cuentas” entre bandas que se disputan el territorio del narcotráfico. Los empresarios no van a echarle la culpa a los revoltosos de siempre, auspiciados por los partidos políticos, y la sociedad no se encogerá de hombros con el clásico “¿a mí qué?”.
Es un grito desesperado y perfectamente audible. Y si no se escucha es porque la sordera del poder o de la comodidad nos siguen captando entre sus filas.
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