Uno de los ángulos ignorados, tanto por organizadores y voceros de las recientes marchas en más de 110 ciudades del país como por sus detractores, tiene que ver con la precisión de los nombres. Los nombres sobre los cuales descansaron invitación y repulsa: “familia” y “matrimonio”.
Confucio (551-479 A.C.) solía decir que si él fuera el rey, la primera reforma que mandaría a hacer sería “la reforma del lenguaje”. ¿Por que? Porque “la rectificación de los nombres” era, para Confucio, la primera tarea de todo gobierno. “Si los nombres no son correctos, el lenguaje no concordará con la verdad de las cosas”, y esto, en un plazo no muy largo, conducirá a la guerra.
Cierto: la experiencia que tenemos de gobiernos “rectificando” nombres no es muy grata. Corresponde hoy a la inteligencia hacerlo. No a la ideología. Ni a la despiadada falta de cultura. Mucho avanzaríamos como sociedad si dejamos de debatir a gritos y nos ponemos a trabajar significados precisos de los nombres que dan sentido a la sexualidad y a la propia familia.
El matrimonio no es cualquier unión. Es unión procreativa, de cuidado, identidad y educación de los hijos. La familia natural es padre-madre e hijos. En igualdad de derechos, hay otro tipo de uniones. “Rectifiquemos” nombres que no discriminen a nadie. Y asunto semi-arreglado.
Publicado en El Observador de la actualidad