Hace poco murió en el ruedo de Teruel (España), el torero Víctor Barrio. El tercer toro de la tarde, de la ganadería de Los Maños (de nombre “Lorenzo”) le atravesó el pulmón y el corazón.
Nos guste o no las corridas; seamos “animalistas” o “taurófilos”, la muerte violenta de un ser humano que se está ganando la vida como puede, ha de llenarnos de tristeza. Algo de mí muere con él, según el poema de John Donne.
Pero, Dios mío, hay que ver los comentarios en las redes sociales de algunos “animalistas”. Por ejemplo, el de Vicent Belenguer, en Facebook, que calificaba al diestro como “asesino de toros” y que se alegraba “mucho de su muerte”. Añadía: “Bailaremos sobre su tumba”. ¿Qué es esto? ¿A dónde hemos llegado?
Las redes sociales se están convirtiendo –como decía Umberto Eco– en el estercolero del mundo, donde un desalmado tiene mucho más poder que cualquier hombre de bien. Porque ¿no me va a decir usted, amable lector, que este tipo de comentarios como los del señor Belenguer, quien además se dice maestro de escuela, no son típicos de un malvado?
Y lo peor es que la nueva generación, nutre su vida de redes. Un estudio reciente, a nivel mundial, muestra que estos chicos –entre 15 y 30 años—pasan en promedio 3.2 horas al día viendo sus teléfonos celulares: 49 días cada año dedicados ¿a qué? Por desgracia, muchas ocasiones, a acosar o a ser acosados.
Publicado en la versión impresa de El Observador de la actualidad