Recupero el célebre título de la fábula de Rafael Bernal para hablar de otra selva que “suda muerte”: la de Veracruz o el Distrito Federal, o el Estado de México, o el país al completo… en contra de los reporteros, fotoperiodistas, investigadores de la realidad, testigos de la corrupción, activistas pro derechos humanos…
El multihomicidio de la Narvarte, como se le ha dado en llamar al asesinato de cinco personas en un departamento de esa colonia del Distrito Federal, dos de ellas amenazadas por el gobierno de Veracruz, ha hecho saltar a la palestra la persecución, el hostigamiento, las pocas ganas que tiene el régimen autoritario que padecemos (con distintos nombres y partidos) de contar con una prensa libre.
Hace una semana, de plano, 172 reporteros pidieron al gobierno protección especial (mecanismo que inició —si no mal recuerdo— con Indalecio Benítez, fundador de una radio comunitaria en Luvianos, Estado de México, al que le mataron un hijo de doce años, pero las balas iban dirigidas a él). No se trata de privilegios, sino de cuidar, literalmente, sus vidas. La corrupción está en el origen de todo. Corrupción escenificada tristemente en Veracruz: un fotorreportero (Rubén Espinosa) toma al gobernador haciendo un gesto de ira en contra de la prensa. Lo publica en Proceso. Tiene que salir huyendo del Estado…, aparece muerto en la Narvarte.
De enero a julio de 2015, la Secretaría de Gobernación ha registrado 41 casos de amenazas y agresiones en contra de periodistas; de ellas, el “índice de impunidad” ronda 81 por ciento (según la Comisión Nacional de Derechos Humanos). Es decir, 33 casos han sido enterrados en los sótanos de Bucareli. Maravilloso: golpear, amenazar, hostigar periodistas es —en mi nación— sinónimo de tranquilidad inmediata. La colusión con las “autoridades” de justicia hace el resto.
Los registros de la Secretaría de Gobernación muestran que Guerrero, Veracruz, Estado de México, Oaxaca y Chiapas concentran el mayor número de reporteros en riesgo. Pero en todas las demás entidades federativas, la profesión pende de un hilo, de una línea delgadísima resumida en el viejo dicho atribuido al cacique potosino Gonzalo N. Santos: a elegir “el encierro, el destierro o el encierro”. Con esa espada pendiente de la cabeza del reportero, ¿quién va a publicar la verdad? Es lo que está en juego. Y la democracia.
Publicado en Revista Siempre!