La Guerra Cristera y su Licitud Moral

A lo largo de 80 años la historia oficial ha incluido la Guerra Cristera (1926-1929) como un episodio sin demasiada importancia, como una especie de rescoldo de la Revolución (!910-1917) motivado por la insatisfacción del clero ante la pérdida de sus privilegios. Nada más alejado de la verdad. En esta conflagración murieron más de 200 mil personas, la mayor parte de ellas pueblo fiel que se había levantado en armas porque un gobierno despótico le había quitado uno de sus derechos humanos fundamentales: la libertad religiosa.

También, desde entonces, se ha generado un debate sobre si los cristianos tuvieron o no razón al levantarse en armas contra el gobierno de Calles, contra el ejército y contra todo el aparato político del país que recién salía del conflicto armado que conluyó con la promulgación de la Constitución en Querétaro. A ese debate contribuye la investigación de Juan González Morfín que hoy presentamos al lector de El Observador como una primicia. Como era de esperarse, prácticamente nadie se ha ocupado de reseñarlo.

Doctrina sobre la resistencia armada

Lo primero que discute González Morfín es el tema de la doctrina general de la Iglesia sobre el tomar las armas. Definitivamente, la doctrina cristiana es de paz; Cristo es la reconciliación. Sin embargo, el cristianismo desde sus orígenes no niega que el derecho a defenderse forma parte de la moral natural. Mas cuando la violencia es el recurso último, éste debe ejercerse en miras a restablecer el derecho y la justicia: su uso es provisional y limitado en el tiempo y en el espacio.

Los padres de la Iglesia consideran el recurso a la violencia como una necesidad lamentable pero inevitable cuando se trata de defender la justicia y evitar que los reinos se conviertan en guarida de bandidos. San Agustín, por ejemplo, considera que la guerra debe de cumplir ciertas condiciones y estar destinada a restablecer un orden social justo. Ciertamente el Magisterio de la Iglesia considera que la autoridad viene de Dios; pero el poder mandar tiene sus límites: cuando la autoridad emite una ley contraria a la ley natural, el cristiano tiene la obligación de obedecer a Dios y no a los hombres. En resumen, son cinco condiciones que el Magisterio ve como necesarias para que se dé la resistencia armada: a) la existencia de violaciones ciertas, graves y prolongadas a los derechos fundamentales; b) haber agotado todos los recursos; c) evitar provocar males mayores que los que se intena remediar; d) tener esperanza fundada de éxito, y e) cuando es imposible prever razonablemente soluciones mejores.

El marco histórico y la moralidad de la guerra cristera

La Constitución de 1917 fue una agresión a los derechos religiosos de la mayoría católica mexicana. De 1917 a 1926, los gobiernos no hicieron efectivas las disposiciones contra la Iglesia (de supeditarla al poder del Estado). «El conflicto derivó en una lucha sangrienta debido a la actitud intransigente del presidente Plutarco Elías Calles». Éste intentó subordinar a la Iglesia al Estado a través de la aplicación sin disimulo de la ley. La Iglesia suspendió cultos tratando de que la paz prevaleciera. Y que Calles renunciara a considerar a los sacerdotes como funcionarios nombrados por el gobierno y regulados por la ley civil en el dogma y el culto. Pero no quiso ir por esa vía, y el conflicto surgió a través de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, que, por su inexperiencia, hizo que los cristeros no pasaran de una guerrilla. El episcopado resistió a Calles por otra vía, y los cristeros trataron de legar a sus hijos un país mejor.

El resumen de todo el conflicto lo pone Juan González Morfín en una frase de Pío XI en su encíclica Firmissimam constantiam de 1936: «Vosotros habéis recordado a vuestros hijos que la Iglesia condena toda insurrección violenta que sea injusta, contra los poderes constituidos. Por otra parte, también vosotros habéis afirmado que cuando llegara el caso de que esos poderes constituidos se leventasen contra la justicia y la verdad hasta destruir aun los fundamentos mismos de la autoridad, no se ve cómo se podría entonces condenar el que los ciudadanos se unieran para defender a la Nación y defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropiados contra los que se valen del poder público para arrastrarla a la ruina».

Juan González Morfín. La Guerra Cristera y su Licitud Moral. Editorial Porrúa-Universidad Panamericana. México, 2009