Soy un lector asiduo —desde hace muchos años— del novelista francés Patrick Modiano, ganador del premio Nobel de Literatura 2014. Sus libros me seducen desde que leí “Un pedigrí”, el desgarrador relato de su infancia, la muerte de Rudy, su hermano, la ausencia de padre y de madre, la soledad de un niño que tuvo que forjarse en el París de la postguerra.
El pasado 6 de diciembre, al recibir el Premio en Estocolmo, Modiano exploró el papel del escritor, y recordó lo que ha puesto en sus novelas: que el novelista, el poeta, el literato “está marcado de manera indeleble por su fecha de nacimiento y por su tiempo, aunque no haya participado directamente en la acción política, aunque dé la impresión de ser un solitario replegado en su ‘torre de marfil’”.
Pero esta “prisión” es, al mismo tiempo, su capacidad de crear. Es decir, darse cuenta de los faltantes de su tiempo, de la intimidad rota de los individuos, de su incapacidad de encontrarse con el otro, en una relación profunda y duradera, es la que posibilita que “un niño de la guerra (…), un niño que debió su nacimiento al París de la ocupación” alemana, sea capaz de hipnotizarnos con relatos como “El café de la juventud perdida” o “La calle de las tiendas oscuras”; relatos donde se hace palpable esa pérdida y, al mismo tiempo, los dolores de la desesperanza.
Sobre la intimidad del siglo XXI, Modiano, sin quejarse de las redes sociales, dijo en el discurso de recepción del Nobel que sentía cierta “nostalgia” por la novela y los novelistas del XIX. Para ellos (Balzac o Dostoievski) “el tiempo pasaba más lentamente que hoy y esta lentitud permitía al novelista concentrar su energía y atención”.
Hoy, esgrimió Modiano, “las redes sociales reducen parte de la intimidad y del secreto que hasta hace poco era nuestro bien, el secreto que daba profundidad a las personas y podía ser un gran tema novelesco”. Se trata de un momento histórico al que todavía no acabamos de entenderle. Sin embargo, el peligro de quedarnos secos, sin nada qué contarle a los demás, excepto la fortuna de poder tenerlos a distancia de llamada de celular todo el tiempo, es más que patente.
La tarea del novelista —la de todo aquel que se dedique al arte— ha de ser restaurar el secreto de la comunicación. Y va a seguir sucediendo, según Modiano: “Estoy convencido de que los escritores del futuro garantizarán el relevo como lo ha hecho cada generación desde Homero”, aseguró, sobre todo porque el escritor “manifiesta en sus obras algo de intemporal”.
En esa intemporalidad radica el genio del artista. Esa capacidad de penetrar en la intimidad insobornable de cada uno de nosotros y mostrar lo que no muestran las redes sociales: que hay algo más que superficie.
Publicado en Revista Siempre!