Con finísima percepción de lo que ocurre en la actualidad, los padres sinodales presentaron, en la conclusión final del encuentro sobre la familia, el primero y más grande desafío que enfrenta ésta: “Ante todo, está el desafío de la fidelidad en el amor conyugal”.
Qué importante que hayan empezado por ahí, por lo esencial y que nos toca a todos. “La vida familiar –nos dicen los obispos y el obispo de Roma– suele estar marcada por el debilitamiento de la fe y de los valores, el individualismo, el empobrecimiento de las relaciones, el stress de una ansiedad que descuida la reflexión serena”.
Y, ¿qué se puede contemplar? Los padres sinodales subrayan que en el mundo, “se asiste así a no pocas crisis matrimoniales, que se afrontan de un modo superficial y sin la valentía de la paciencia, del diálogo sincero, del perdón recíproco, de la reconciliación y también del sacrificio. Los fracasos dan origen a nuevas relaciones, nuevas parejas, nuevas uniones y nuevos matrimonios, creando situaciones familiares complejas y problemáticas para la opción cristiana”.
En otras palabras: se irrita el aparato crítico-decisorio, comienza una espiral de desacuerdos que termina por lesionar a todos, especialmente a los hijos, si los hay. Y ya no digamos el costo espiritual de la crisis de fidelidad –a menudo motivada por nuestra incapacidad de renuncia–, sino también el costo social que la infidelidad produce. Porque ya se sabe que si la familia está rota, la sociedad está rota. Y la esperanza de una vida mejor, cancelada.
Ser fiel significa honrar la dignidad del otro; amar sus defectos, buscar mi perfección. La regla de oro es la regla de Cristo: no hagas a él/ella lo que a ti no te gustaría que te hicieran. Tan sencillo como eso.
Publicado en El Observador de la Actualidad