Hacer periodismo católico es un gozo inusitado. No comprendo a los que se quejan de esta nobilísima tarea. Será porque han entendió mal. Jesús nos pidió predicar desde los tejados. O desde los teclados. Es lo mismo. En tiempos del Señor la predicación se hacía a voz viva. Hoy es digital. La asignación de funciones y de responsabilidades no ha variado: somos discípulos y misioneros en un mundo con hambre de Absoluto. Al que le han dicho que esa hambre es “reaccionaria”.
Este 5 de mayo cumple cien años de haber salido al público el primer número del semanario católico estadounidense Our Sunday Visitor (yo lo traduzco como “Nuestra Vista del Domingo”). Un joven e idealista sacerdote, el Padre John F. Noll, inició esta aventura con un tiraje de 35 mil ejemplares salidos de las prensas de Huntignton, Indiana. Desde el primer número el OSV se propuso “servir a la Iglesia, proveyéndola de una fuerte, equilibrada y auténtica voz que ayudara a los lectores a ver la vida desde la perspectiva católica”.
Un siglo más tarde, la visión continúa. No solamente con el periódico, sino con libros, boletines, suplementos, devocionarios, objetos religiosos, internet, cartas de noticias y un larguísimo elenco de proyectos que van desde la liturgia hasta la música country; desde el misal hasta la publicación de textos para escuelas católicas. La visión del que fue arzobispo Noll, se ha vuelto referencia obligatoria para quienes hacemos, en el mundo, periodismo católico. El OSV, Avennire en Italia, La Croix en Francia o The Tablet en Inglaterra, constituyen ejemplos a seguir para nosotros.
Picasso dijo que cuando veía algo aprovechable de su competencia, simplemente lo adoptaba. En el periodismo católico no hay competencia. Hay complemento. Ganas de servir mejor. Mentiría si dijera que en El Observador no hemos adoptado –desde el diseño hasta las secciones—algo de estos grandes hitos del periodismo católico. Que compiten con el periodismo a secas. Y casi siempre le ganan. Porque el periódico católico ve el mundo desde la trascendencia. Eso provoca esperanza y una apertura total a la historia, como Historia de Salvación.