Esta semana han ocurrido dos acontecimientos importantes. El primero, la revirada de la campaña del «no» a los diputados de partido, llamados «plurinominales», que encabeza Pedro Ferriz. El segundo, la generación de un gran proyecto de educación encabezado por la Iglesia católica. Nada que ver uno con el otro, se dirá en primera instancia. ¿Nada que ver? Yo creo que sí. Y mucho.
Como al «no» a los plurinominales –que juntó 5 millones 350 mil firmas— ni siquiera le hicieron caso en la discusión sobre la reforma política que llevaron a cabo (dicen que la siguen llevando) los partidos y sus legisladores, el conductor de Imagen Informativa ha decidido que la campaña entre en una segunda fase. Muy compleja, por cierto: decir «no» a todos. En las próximas elecciones federales el voto para diputados y senadores deberá anularse. Y así hacerles sentir que tenemos el poder nosotros, no ellos. Que lo entiendan va a ser lo difícil. Pero hay que empezar algún día. Hay que inconformarse algún día. El juego perverso de los partidos ya nos colmó el plato.
La segunda cuestión –la de los obispos y los laicos reunidos esta semana en Lago de Guadalupe, sede de la CEM— busca algo más que una reforma. Busca reconvertir la catástrofe educativa que enfrenta nuestro país, que no solamente es de carácter académico (el rezago anda por los 20 años con respecto a los que, pomposamente, llamamos nuestros «socios» comerciales), también se trata de una hecatombe moral, espiritual, resumida en la frase de moda en todos los ambientes de los negocios y el comercio mexicanos (somos de los países más corruptos del planeta): «el que no transa no avanza». Las líneas de acción del proyecto educativo de los obispos las daremos a conocer en El Observador y, como contribución a tal proyecto, le daremos seguimiento en sus facetas principales.
No podemos seguir dejándonos. Ya basta de que otros digan lo que nos corresponde decir (y hacer) a nosotros. La democracia hunde su raíz en el catolicismo. Lo mismo que la participación ciudadana en los asuntos de la «polis». Es nuestra la voz. Nuestra es la patria. Ojalá y nunca se nos olvide. Y se la transfiramos a nuestros hijos.