Es difícil, muy difícil, que el cristianismo “esté de moda”. De hecho, nunca ha estado “de moda”. Una fe que contradice las ilusiones del yo-mí-me-conmigo, nunca será popular. El poder de Jesucristo es la cruz, y su gloria el servicio a los demás. Eso no es lo que venden los poderosos, como sinónimo de felicidad. La sonrisa boba de los que anuncian coches en la tele lo dice todo: ahí no hay más que cáscara. O cascarón.
Nuestro país necesita con urgencia recuperar la fe en Cristo. Nos estamos hundiendo en el fango de la división. Nos metimos en un laberinto de egoísmos políticos, sociales, familiares, laborales, y dejamos a un lado el único camino que lleva a la felicidad: el amor a Dios y el amor al prójimo.
No es un sermón: es la realidad. Acabamos de pasar el primer trimestre más cruento de la historia de México. Los asesinatos, los asaltos, los secuestros, las violaciones, los robos con violencia se multiplican en todos los rincones de la Patria. Lejos, muy lejos están los valores, el bien común, el respeto, el civismo, la dignidad del otro.
Hoy que ocho de cada diez mexicanos tienen miedo de salir a la calle, la fuerza de la Pasión de Jesús debe renovarnos. Su poder es la entrega absoluta. Su gloria es el perdón.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 14 de abril de 2019 No.1240