Tiempo de reposo y de repaso. Aunque las chifladuras de la mercadotecnia nos metan en los huesos que tenemos que comprar la felicidad, éste es el momento para plantarles un alto. Decir no a las cosas que no ocupamos y que, generalmente, adquirimos con el dinero que no tenemos.
Ésa es la parte fundamental del repaso del año. ¿Qué necesidades, perdón la redundancia, son necesariamente necesarias para una buena vida (y me refiero a la “buena vida” en el sentido ético, no en el que muestran las revistas de viajes)? Muy pocas. Y de las pocas, poquitas.
Este sentido de austeridad, de recogimiento, de silencio, de dieta digital, de ayuno de consumo, es el que da principio a la buena vida. Los monjes de clausura no se equivocan. San Benito y sus monasterios fundaron la civilización occidental. Y los jesuitas nos enseñaron a usar de los objetos y de las cosas “tanto cuanto” conduzcan a la salvación.
Son lecciones de vida que hoy se nos pierden en la maraña de las redes, en la hipnosis del Netflix, en el abismo de Google. Pero son las lecciones que pueden sanar nuestra rota fragilidad humana; llevarnos a Dios y volver a dar sentido a la existencia personal y comunitaria. Que nos llevan a la paz de Cristo, la única paz por la que se vive y que verdaderamente importa.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 30 de diciembre de 2018 No.1224