Las estatuas de San Junípero Serra y de Cristóbal Colón han sido el blanco perfecto de los vándalos y de las autoridades “políticamente correctas” en Estados Unidos. A San Junípero, con una ignorancia supina, le llaman poco menos que abusador de los pueblos originarios de la Alta California; a Colón lo acaban de tildar de “genocida”.
La tontería humana es infinita. ¿A quién se le puede ocurrir que un monumento que celebra la acción civilizadora de un santo o de un osado navegante puede “herir” la sensibilidad de los hombres de hoy? En un suburbio de Washington quieren retirar una cruz que representa a los soldados caídos en la Primera Guerra Mundial, una cruz de paz, ¡porque es una “crueldad” con la memoria de los otros caídos que no eran cristianos!
Francamente –como Mafalda—dan ganas de hacer parar al mundo para bajarse de él. A este mundo que está patas arriba. En aras de una modernidad enclenque nos estamos deshaciendo de lo poco grande que podría asegurar el futuro de nuestra sociedad. Quien haya leído la historia de San Junípero o entendido la magnitud de los viajes de Colón pensaría dos veces antes de derribar sus estatuas. Y cualquiera que tuviera temor de Dios, jamás derribaría una cruz para sustituirla con una hamburguesería.
Publicado en la edición impresa de El Observador del 11 de noviembre de 2018 No.1219