Maité, mi esposa, suele caracterizar lo que sucede en América Latina con el Mito de Sísifo. Sísifo fue condenado por los dioses griegos a llevar una piedra hasta la cima de un monte, tan solo para verla rodar de nuevo.
En nuestra región, la geografía del desastre, monótonamente, coincide con la geografía de la pobreza. Y buena parte de la geografía de la pobreza tiene que ver en su conformación con la corrupción gubernamental y social que nos muerde desde adentro.
Guatemala, nuestro vecino, vive horas de angustia. La explosión del Volcán de Fuego, uno de los volcanes en activo más peligrosos del llamado “Anillo de Fuego”, ha provocado enorme mortandad, sobre todo en cuatro comunidades pobres que se habían establecido en zona de peligro: El Rodeo, La Reina, La Libertad y San Miguel Los Lotes, del Departamento de Escuintla.
La explosión se dio a las tres de la tarde del pasado domingo tres de junio. Las aldeas, que continuaron con su vida cotidiana, jamás fueron avisadas del peligro inminente, pese a que a las seis de la mañana el Volcán de Fuego ya había dado su primer aviso. “Estaban acostumbrados”…
En fin, es inútil buscar culpables. Ya conocemos el cóctel mortal resultado de sumar pobreza, corrupción, ausencia de cultura de prevención (lo hemos vivido en México) y abulia gubernamental. Ahora es tiempo de orar por nuestros hermanos y de ayudarlos en esta emergencia. Hay que hacerlo con el espíritu del cristiano, recordando a Charles Péguy: “cristiano es el que da la mano; el que no da la mano, no es cristiano”.
Desde México lo podemos hacer a través de Cáritas. Es la forma más segura de darle la mano a los guatemaltecos en desgracia. Y comenzar a voltear hacia el sur. No nada más en días de desastre, sino para empezar a construir la Patria Grande –la América del corazón– que tanto anima al Papa Francisco.