“A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”, dijo en alguna ocasión el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Y creo que tiene razón.
Muchos de nosotros fuimos futboleros de chiquillos. Algunos seguimos siéndolo. Las decepciones de nuestro balompié no nos han quitado el gusanito de ver un partido por la tele. En especial, un partido de la selección en los mundiales. En nosotros prevalece el sentido del juego, la belleza del juego “porque sí”.
Miramos para otra parte cuando se destapan escándalos como el reciente de la FIFA, en el que se desviaron millones de dólares a cuentas personales de sus dirigentes. O las apuestas, las transacciones faraónicas, los sueldos estratosféricos de estrellas como Neymar, Cristiano Ronaldo, Messi… Quizá queremos seguir creyendo que el futbol es, como decía el cronista Ángel Fernández, “el juego del hombre”.
Hay una fase oscura y terrible en esta industria. Porque donde existe demasiado dinero siempre se cuela el diablo. Y en la gran carpa del futbol hay mucho, mucho, dinero. Pero, también, hay otra vertiente que podemos recuperar para bien y ejemplo de nuestros jóvenes y niños: cada día hay más manifestaciones de fe entre los futbolistas; y cada día hay más futbolistas que entienden que su fama y su salario pueden ser usados para el bien.
De lo primero está el famoso gesto de Lionel Messi al clavar un gol; persignarse, alzar los ojos y ambos brazos al cielo, dar gracias. De lo segundo está la nueva fundación del centrocampista español (Manchester United) Juan Mata, Common Goal, en la que se pretende que los futbolistas de élite donen uno por ciento de su salario a la promoción del deporte entre niñas y niños pobres.
Hay de todo: que prevalezca lo bueno.