En el espléndido texto “Nuestra necesidad de consuelo es insaciable…” (Pepitas de Calabaza Editores, Logroño, 2007), el anarquista y “niño prodigio” de las letras suecas Stig Dagerman (1923-1954) apunta un tema fundamental para entender parte de la crisis por la que atraviesa hoy nuestro país.
Comentando sobre la proliferación de cuadros de Stalin en la Unión Soviética de los años 40 del siglo pasado, Dagerman dice que éstos no son otra cosa sino “un atajo en el camino que lleva a esta canonización de lo Abstracto que forma parte de las características más espantosas del concepto de Estado”. ¿Qué quiere decir y cómo se conecta con la crisis social desatada por el “gasolinazo”?
“Es precisamente lo abstracto, subraya Dagerman, lo que por su intangibilidad, por su emplazamiento fuera de la esfera de influencias, puede dominar la acción, paralizar la voluntad, entorpecer las iniciativas y transformar la energía en una catastrófica neurosis de la subordinación por medio de la brutalidad psíquica que, puede, ciertamente, durante un tiempo, garantizar a los dirigentes una cierta dosis de paz, de confort y de aparente soberanía política pero que no puede tener, a fin de cuentas, más que los efectos de un bumerán social”.
Diré, brevemente, cómo creo que este párrafo denso y profundísimo puede explicar (nunca justificar) lo que está pasando en carreteras, calles, plazas y centros comerciales de buena parte de México. De 1938 a la fecha se formó el binomio abstracto petróleo-Estado (del PRI), como algo “sagrado”. Y como en la antigüedad judía, en que solamente los sacerdotes podían entrar, de vez en cuando, al Sancta Sanctórum, nadie podía tocar esa abstracción. Era la Patria misma. Su soberanía. La razón de su ser y de la subordinación ciudadana, política, intelectual.
Era “nuestra riqueza”. El que se atreviera a tocarla —siquiera con el pétalo de una crítica— era de inmediato calificado como oposición, lunático, “enano de tapanco”.
Ha salido a la luz pública la francachela que se corrieron generaciones de políticos y líderes charros con “nuestro” petróleo. La gasolina barata se acabó. Ya no hay —nunca hubo— para subsidiarla. Para esconder que la realidad no era lo que se escribía en los informes de gobierno. El bumerán social está servido. El batacazo es del tamaño del monstruo abstracto que por más de 70 años se nos vendió como intocable. Como Stalin en la Unión Soviética y sus cuadros, chiquitos y grandotes, que inundaban desde las oficinas públicas hasta los talleres de reparación de tractores. Y que acabó, dicen, con una extraña enfermedad que le hacía arrastrase por el suelo, aullando como un mastín.