Los cristianos tenemos un arma especial para combatir la angustia que nos provoca –como dice Francisco Septién Urquiza—andar buscando en el lugar equivocado: la esperanza. El poeta francés Charles Péguy decía que Dios mismo podía entender la fe y la caridad, pero la esperanza era algo rarísimo entre los hombres.
Como muestra el cartón de Fédor (página 3 de este número) hay que aferrarse a ella cuando todo indica que el mundo está perdido. La esperanza nace de la convicción de la vida perdurable y de que cada uno es una historia sagrada. Así lo apunta el artículo de Felipe Monroy (página 6) y la estupenda inforgrafía de la 2: que la esperanza están en el ADN de los cristianos. O, dicho de otra manera: la esperanza es el ADN –la esencia—del cristianismo.
Un poema ejemplar del español José Ángel Valente termina con estos versos maravillosos: “Toco esta mano al fin que comparte mi vida / y en ella me confirmo / y tiento cuanto amo, / lo levanto hacia el cielo / y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza. / / Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora, / cuanto se me ha tendido a modo de esperanza”.
Publicado en El Observador de la actualidad No. 1115