Tras los estrepitosos fracasos de las otrora poderosas y casi infalibles (bueno, era lo que se decía) empresas encuestadoras en el “Sí” del “Brexit” de Gran Bretaña; el “No” a los acuerdos del gobierno colombiano y las FARC, o de los comicios en Chihuahua, Durango o Tamaulipas, en nuestro país, algunos de ellos, los más honestos, se encuentran reformulando sus métodos. Es decir, reformulando su manera de encontrar la “verdad estadística” sobre los procesos electorales.
Ya no pueden repetir lo que hacían antes. Ir con respuestas cerradas, a modo del que pagaba la encuesta para dorarle la píldora y decirle que iba muy bien. Sobre todo, porque antes no existía esa estrategia de resistencia, coordinación y comunicación popular que son las redes sociales. El flujo de comunicación que ahí se concentra, enmascara la realidad de la intención del voto personal y se burla de los encuestadores y de quienes les pagan.
Hace un par de semanas escuché en un noticiario matutino una experiencia de las últimas elecciones en México, las de junio pasado. En un “focus group” uno de los participantes destapó la nueva realidad: que los encuestados ahora tienen la sartén por el mango. Y que en lugar de responderle a la compañía lo que va a ser su voto el día de las elecciones, le responden al revés, burlándose así de quienes suponen que mandaron a hacer el sondeo. Esto es, les dicen lo que no van a hacer para que los partidos tradicionales, grandotes, desprestigiados pero con dinero “se sientan tranquilos” y “crean que van a ganar”.
El grado de sofisticación del nuevo votante, el de las redes sociales, es extremo. Y, al mismo tiempo, representa una nueva cultura política basada en los sentimientos compartidos por las redes sociales y por la capacidad que tienen éstas de poner de manifiesto la corrupción de quienes pueden manipular los medios como la televisión o la radio, incluso los periódicos y los periódicos en línea. Pero no pueden hacerlo con Internet y su tráfico comunicativo. Obama fue el primero que enseñó que las elecciones ahora se ganan en otra parte y con otro lenguaje.
Que sigue siendo el dinero, pero también esa otra parte que nada tiene que ver con el dinero. El reencuentro con el ciudadano. Antes éste era, simplemente, “carne de encuesta”. Ahora tiene su opinión. Puede ser errada. Pero es suya. Y la de su chat.
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