Inició el tiempo de los independientes con “el Bronco” cabalgando por las calles de Monterrey, en el más puro estilo del México campirano de las películas de Pedro Infante.
Es un signo. Un mensaje. Jaime Rodríguez Calderón quiere ser diferente en todo a los gobernadores que llegan a la toma de posesión en camionetas blindadas. Quiere vestirse de otra manera. Cabalgar a lomos de su prieto azabache. De “Tornado” (como “Siete Leguas” de Pancho Villa).
Los cien mil millones de pesos de deuda en Nuevo León que le dejó como herencia el gobierno priista no los va a pagar hasta que alguien (¿quién?) le demuestre (¿cómo?) que son millones gastados lícitamente. Los ladrones de cuello blanco no dejan huella. Saben hacer lo que saben hacer. “El Bronco” debería conocerlo.
Lo conoce. Pero está perfectamente atrapado en su imagen. La que le ayudó a construir un consorcio norteño de comunicación. Evidentemente, es una imagen atractiva. Los mexicanos tenemos el mito del “buen gobernante al que no le tiemblan las corvas” cuando tiene que meter a la cárcel a los corruptos. Y echar bala.
¿De dónde salió? A nadie le importa. Lo que necesita Nuevo León (y México) no es un gobierno ilustrado. Los filósofos de nada sirven. Menos los estadistas. Y los licenciados nos han resultado buenos pa’ la traición. Ése es el subtexto de los actos iniciales del “Bronco”. Un guión que resulta atractivo. Pero que puede ser muy pronto arrollado por la realidad.
Nada me gusta más que los independientes. Los partidos políticos han mostrado hasta el cansancio que no tienen sangre patriótica en sus venas, sino intereses sin Patria. Pero quisiera pensar que México tiene la altura como para que los independientes sean hombres y mujeres de ideas. No de ocurrencias.
Fox hizo una ilusión en torno suyo porque jamás se paró en el Palacio de Gobierno de Guanajuato en los tiempos que fue gobernador de ese Estado. Sus botas, sus dichos y su figura de hacendado impertinente y políticamente incorrecto le hicieron triunfar. Y luego vino el desencanto.
Si “el Bronco” puede superar el sketch de dicharachero y popular, y comenzar a cambiar la manera de hacer justicia, de servir a la gente, de hacer política, qué bueno. Que vaya pensando en 2018. Pero que no lo piense antes de legitimar su ejercicio en Nuevo León. Ya demasiadas derrotas lleva la sociedad mexicana, como para apostar otra vez en la presidencia por un ranchero de sombrero y bonachón.
Publicado en Revista Siempre!