El jugador número 12

futboljaracavaniCuando Gustavo Jara, el defensa de Chile, le metió el dedo en el ano a Cavani de Uruguay en la recientemente terminada Copa América; o cuando en Brasil 2014, Suárez (también de Uruguay) mordió al defensa italiano Chellini, ni el árbitro ni los abanderados, vamos, ni los coequiperos se dieron cuenta del asunto. Cavani protestó, Chellini mostró al silbante las huellas del mordisco en su hombro… El único que inmortalizó las escenas fue el jugador número 12.

Antes (¿hace cuánto?) era el espectador el jugador número 12. Hoy es la omnipresente cámara de televisión. Es un elemento con el que no contaban los marrulleros del futbol, que los hay por montones. Y quedan (como Jara, que ya había sido descubierto tocando las partes íntimas de Suárez en el mismo partido en que auscultó a Cavani) al descubierto de la opinión pública, frente a su equipo, frente a su familia… ¿Esto abona al espectáculo? Claro que sí debería abonar, aunque los corruptos dirigentes futboleros de todo el mundo se encojan de hombros.

El mordelón Suárez de Uruguay fue suspendido —reincidente— por muchas fechas internacionales. Entonces, hasta el presidente Mújica intervino para que se aliviara la pena del jugador, que por otro lado, independientemente de sus dientes hábiles, es un extraordinario futbolista. Como lo era Zidane, y en una Copa del Mundo, en la final, frente a Italia, le acomodó un cabezazo en el pecho (y lo descontó) a un defensa italiano que se andaba metiendo —dijo el astro francés— con su mamá y su hermana. Pierden la cabeza. Pero ahora la pierden en cadena mundial.

Claro, tienen el paraguas de las federaciones y de la FIFA que los protege y, en cierta medida, les da carta blanca para que sus cabezazos y sus artimañas sean considerados como parte del juego. Pero no es así. Ese no es el juego que debía estar en la mente de los niños. Yo, por ejemplo, crecí viendo partidos por la tele que grababan desde lejos. Y pensé que Pelé podría ser un buen candidato a la presidencia de Brasil cuando se retirara. No pensaría lo mismo de Jara, si algún día llega a competir, como Cuauhtémoc Blanco, por la alcaldía de su pueblo.

No es puritanismo. Es que ese tipo de cosas se pega. Y luego vemos en el llano a niños haciendo lo mismo. Quienes jugamos futbol de menores y éramos un poquito diferentes a la media nacional —por el color de piel, por la altura, por la escuela donde estudiábamos— sufrimos el bullying, desde luego. Pero era un acoso verbal, ingenioso, que no producía traumas. Alguna patada, algún horroroso escupitajo cuando el balón se encontraba lejos. Nada más.

Ahora, la tele muestra hasta las caries de los futbolistas. Y se exhiben sus triquiñuelas. Comparo a Jara (o a cualquier otro defensa) con Beckenbauer y me digo: qué diferencia en elegancia, en saber jugar la posición. No en balde Heidegger —el gran filósofo del ser— terminó sus días hablando de él, de Franz Beckenbauer, llamado el “káiser”, y no de la muerte, o del claro de bosque o de la ontología. Era un modelo de “fair play”. ¿Lo sería Pepe, el de Real Madrid?

Publicado en Revista Siempre!