Eduardo Galeano o la transformación de las cosas chiquitas

galeanoEl pasado lunes 13 de abril, a los 74 años, falleció en Montevideo el escritor uruguayo Eduardo Galeano, víctima de cáncer de pulmón. Un referente intelectual y moral de la izquierda, y de la que quiere ser izquierda latinoamericana, sobre todo por la publicación de un libro que fue de culto para mi generación: Las venas abiertas de América Latina. Nacido el 3 de septiembre de 1940, por alguna extraña razón sus padres lo llamaron Eduardo Germán María Hughes Galeano.

La necesidad y el miedo

La última aparición pública del escritor uruguayo —que traía arrastrando el cáncer desde hacía varios años— fue a finales de febrero de este año, para recibir al presidente de Bolivia, Evo Morales, quien andaba en Montevideo con motivo del cambio de mando entre José Mujica y el ahora presidente Tabaré Vázquez. En las fotos, Galeano aparecía delgado y sonriente, mientras recibía un libro de manos de Morales con los argumentos bolivianos para exigir una salida al mar, un libro que el propio Galeano bautizó como El libro del Mar Robado.

Galeano había trabajado en todo, antes de dedicarse a la investigación y a la escritura: obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo y cajero de banco, entre otros oficios. Eso le dio una fuerza tal que a los 31 años de edad, cuando publicó Las venas abiertas de América Latina, no obstante las evidentes lagunas de formación económica de Galeano, por su fuerza testimonial se convirtió, rápidamente, en un “clásico” de la sociología latinoamericana y de los movimientos de izquierda en la región.

Pasó como con muchos otros autores, siempre citados pero muy poco leídos. Galeano mismo supo reconocer que su formación era deficiente y que, sin arrepentirse de haberlo escrito, nunca quiso volver sobre ese tipo de ensayo, de fácil lectura por ser más testimonial que un estudio serio de economía política.

Una de las grandes herramientas de Galeano fue su capacidad de encontrar paradojas, en la sociedad moderna y expresarlas de una manera bastante sencilla. “Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”, dijo en alguna ocasión.

Como buen porteño fue aficionado acérrimo del club de futbol Nacional de Montevideo, y dedicó muchas páginas a reflexionar sobre “el juego del hombre”, como calificaba al futbol el antiguo locutor mexicano Ángel Fernández. En su libro El Futbol: Sol y Sombra, Galeano mezcla la poesía y la crítica al balompié pero siempre con un dejo de finura que quiere enfrentar la nostalgia de un pasado romántico perdido ante los atletas que hoy son ídolos mediáticos.

¿Cómo se forja aquél grande que quedará para siempre en la memoria del verdadero hincha? “Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del futbol. Nace en una cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota. Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios”.

Sirve para caminar

Su otra grande pasión fue la llamada América Latina, es decir, esa vasta región que va del Río Bravo a Tierra del Fuego, en la que se mezcla el indígena antiguo señor de estas tierras y el español mestizo en una amalgama riquísima pero brutalmente inequitativa. Y, desde luego, la lejanía con Estados Unidos, el gran enemigo a vencer, el ogro, el bienhechor, el sheriff y el de los dólares; el que ha pervertido la región, la ha desangrado y la ha llenado de intereses y de interesados: “Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación. Es América Latina, la región de las venas abiertas”.

“La Palabras Ardientes”, “El Libro de los Abrazos”, “Días y Noches de Amor y de Guerra”, “Patas Arriba: la Escuela del Mundo al Revés”, “Los Hijos de los Días”, “La Canción de Nosotros”, “Los Sueños de Helena”, “El Viaje”, “Las Aventuras de los Jóvenes Dioses”, son algunos de sus textos en los que mezcló siempre una mirada crítica que no era del todo bienvenida por la izquierda dogmática ni, desde luego, por la derecha ultramontana. “La palabra política se ha manoseado tanto que significa todo y no significa nada. Entonces desconfío mucho de la etiqueta política”, decía a quienes —por principio— querían ponerle una etiqueta.

En una entrevista concedida a la revista Ñ, cuando le preguntaron “¿Qué es la muerte para usted?”, contestó: “A veces me angustia. A veces le tengo miedo. A veces me resulta indiferente, y otras veces, las más frecuentes, creo que la muerte y el nacimiento son hermanos. Que la muerte ocurre para que el nacimiento sea posible. Y que hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo”. Y en su obra se refleja esa esperanza. Una esperanza ignota entre quienes son los que Galeano no toleraba, los pesimistas, esos “terroristas universales” que así los llamó Chesterton.

En el fondo, Galeano era un utopista, un hombre que veía más allá que la ceguera ideológica. Uno que saboreaba, de veras, la vida misma: “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar”.

Cosas chiquitas

La única cosa, decía Galeano en son de broma, que no se puede cambiar en la vida de un hombre es su pasión por un equipo de futbol, por una camiseta, por una historia contada de pequeño, cuando no hay en los ojos más que inocencia y ganas de ver, aunque sea de pasadita, al gran jugador del barrio.

Todo lo demás es transformable, a condición de que lo hagamos sabiendo que la gran estructura no puede tirarse de una día para otro. Hay que ir haciendo, dejando huella, proponiendo un esquema diferente, tirando gotas a la mar. Contra aquellos “activistas” del todo o nada, Galeano, en su madurez, opuso la resistencia de lo pequeño, porque lo pequeño es hermoso: “Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable”.

A su manera, Galeano nos transformó América Latina. Y la manera de ver el futbol.

Publicado en Revista Siempre!