La rebelión de los Hermanos Musulmanes, islamitas partidarios del depuesto presidente Morsi de Egipto, nos ha mostrado el lado más brutal de esta “nueva primavera”. Hace unos días circuló un video tomado por un hombre desde la altura de un departamento en El Cairo, donde se puede contemplar cómo los manifestantes despedazan a un taxista a media calle, sin compasión ninguna, como si se tratara de una bestia salvaje capaz de hacer daño a los cientos de manifestantes que rodearon su taxi amarillo.
Se sabe —según información del BlogCopte— que el asesinato se produjo el día de la Asunción. El taxista era un cristiano que llevaba hasta su casa a unos amigos cuando se encontraron con una manifestación de islamitas partidarios del depuesto presidente Morsi y de los Hermanos Musulmanes. Cuando vieron la cruz que llevaba en el salpicadero, rodearon el taxi, le sacaron y le mataron a golpes, para luego prender fuego al vehículo. El hombre que capta la escena no cesa de rugir y de mostrar el miedo que le produce lo que está captando. Es, verdaderamente, un espectáculo de odio sobrecogedor: una cruz en un salpicadero bastó para que decenas de sujetos apalearan y matar a un ser humano.
La ola de atentados anticristianos por parte de los grupos islamitas en todo Egipto incluye el asalto y quema de iglesias y escuelas cristianas. No hay nadie que pueda salvarse de la ira de los Hermanos Musulmanes. Ni un solo cristiano está a salvo. Ahí no hay libertad religiosa, ni diálogo, ni respeto por el otro como persona que tiene un fin en sí misma. Nada de eso.
La violencia habla. Y se impone a “los infieles” para someterlos al camino de la verdad. Es un video que puede, perfectamente, presagiar el futuro de la zona y en buena parte del Oriente Medio. Las herramientas de diálogo han sido barridas por todas las partes. Lo que sigue es el rugido del hombre desde el departamento, con un teléfono celular, filmando cómo descuartizan a un pacífico taxista cuyo pecado imperdonable, cuya falta extrema fue llevar una cruz pintada en su coche. Los primeros síntomas del terremoto de las religiones —que ya no del choque— los podemos ver hoy mismo, con las escenas espontáneas de miles de cámaras que apresan a diario la locura de la razón que no da razones.
Publicado en Revista Siempre!