La aprobación de la reforma a las telecomunicaciones en el país es, sin duda alguna, una buena noticia para nosotros los usuarios. En principio le pone un freno a la desbocada concentración monopólica del sector, y eso no había sucedido nunca, pero hay que ser claros: corre el peligro de multiplicar la capacidad de los propios monopolios de concentrar capital “de manera democrática”.
La reforma —que ha suscitado un debate intenso en las cámaras— tiene varios objetivos explícitos que podríamos resumir en tres: abrir el sector, fomentando la competencia y la inversión extranjera; dar concesiones a dos nuevas cadenas de televisión abierta, y fortalecer órganos reguladores que estén al tanto del buen uso y el otorgamiento de nuevas concesiones.
Esto es lo más significativo. Y lo que nunca se había planteado. Las decisiones en este tema las tomaban los barones del dinero y, después, se las comunicaban al Presidente. Éste veía la conveniencia política y después de analizarla a su favor, la aprobaba o la aplazaba para que le explotara en las manos al siguiente.
Los grandes monopolios de la imagen y de la información, así como del entretenimiento y la telefonía nacieron de este maridaje perverso, en el que al usuario le quedaba un solo papel qué cumplir: quedarse callado y tragar toda la basura que le echaran encima.
Mas hay un peligro latente que apuntábamos arriba. Antes de la reforma los monopolios peleaban entre sí, se mostraban las armas, invertían para que al vecino le fuera mal. En fin, ni eran ni querían ser democráticos. Hoy pueden tener el pretexto esencial a la mano. Basta “comprar” al nuevo tirador, a los nuevos órganos reguladores, con las mañas que han aprendido en medio siglo de solaz e impunidad, para aparecer, justamente, como lo que no son. Es decir, podrán legitimar su ejercicio monopólico apareciendo en forma de modernísimos adalides de la pluralidad.
Y en una de ésas les sale mejor la jugada con la reforma: se quitarían de encima (quizá ni cosquillas les hace) la crítica, la animadversión y la presión social que los señala como artífices de la ignorancia, la apatía y el poco nivel de participación de los mexicanos en los asuntos que deberían incumbirles. No es que trate de encontrarle defectos a todo, pero es que no me puedo creer que después de varias décadas de no dar cuentas a nadie ni aceptar competencia, acaten de pronto la reforma de un gobierno que, a todas luces, se benefició del poderío mediático para llegar a Los Pinos.
Publicado en Revista Siempre!