Tres sin Miedo

papasJuan Pablo II nos pidió que no tuviéramos miedo a abrirle las puertas de nuestra vida a Jesucristo. Benedicto XVI exigió que pensáramos duro y pensáramos limpio, que no tuviéramos miedo a enfrentar la dictadura del relativismo que se abate sobre el mundo. Ahora, Francisco nos llama a no tenerle miedo -en algunos casos es pavor-a la ternura.

La ternura es el aliento de Dios sobre el barro quebradizo del hombre. Es un hálito de divinidad en nuestra vida. Puente que construye puentes, humanismo que celebra con alegría al otro; tesoro que nos ha sido quitado en nombre de un amor que no es otra cosa que gimnasia sexual o ejercicio de la seducción para poseer al prójimo. En los medios de comunicación, la ternura, como la bondad, resulta virtud de imbéciles.

Los últimos tres papas, por no decir los cuatro, pues Juan Pablo I nos ensenó también -brevemente– a no tener miedo a la sonrisa, han sido unos colosos contestatarios del derrumbe universal de los valores. La religión, la razón y el amor son el triunvirato de la concepción de Dios por su criatura. Son su sueño encarnado. Por eso el Papa es su representante: porque dice las verdades de la Verdad: la que los poderosos callan.

Los primeros pasos del Papa Francisco, como los últimos del grande Juan Pablo II, como los sutiles y hermosos del Papa emérito, enseñan a quien quiera verlo el rostro real de la Iglesia, esa esposa enamorada de Cristo. Lejos de la corrupción del poder y cerca del corazón humano, su bandera no es la satisfacción de unos cuantos, ni la adherencia de la mayoría: es el redescubrimiento de la vida. Como la resurrección del Señor.

Celebro contigo esta Iglesia. Me responsabilizo de serle merecedor. Me comprometo a servirla. Tres mandatos de tres sin miedo que han de rebotar en la conciencia de cada uno. Y darle un sentido a la existencia.

Publicado en El Observador de la Actualidad