Sin duda el mundo católico y el no católico vive una luna de miel con el nuevo pontífice Francisco. Su modo de entender el papado, con la sencillez de los franciscanos y la complejidad intelectual de los jesuitas, presagia una transformación en la Iglesia similar a la que vivió con el actual beato Juan XXIII. Ha sido una especie de primavera, que viene desde el 2007, cuando en Aparecida, Brasil, en la V Celam, los episcopados del subcontinente encontraron —de la mano de Benedicto XVI— una Iglesia misionera, capaz de salir de sí y buscar en el rostro de la pobreza el camino del discipulado de Cristo.
Si Aparecida fue un “pentecostés”, la elección del Papa Bergoglio puede ser una redención del mensaje original de Jesús: ir y predicar desde los tejados. Los primeros días, el primer mes de Francisco, ha vuelto de cabeza desde los sistemas de seguridad del Vaticano hasta la misma forma de elaborar los mensajes del Vatican Information Service News, la agencia oficial de la Iglesia de Roma. Con Juan Pablo II y con Benedicto XVI, las notas de esta agencia se limitaban a reproducir lo dicho o hecho por el Papa y algunos de los presidentes de los secretariados que conforman la Curia. Hoy se han lanzado incluso a hacer crónicas “de color”. Es un vuelco espectacular en una estructura diseñada para no tener opinión ninguna.
Bastaron pocos gestos de Francisco, aquella exclamación ante los medios acreditados en el Cónclave sobre el deseo de una “iglesia de pobres y para los pobres”, para que el conglomerado de instituciones vaticanas cambiaran de sintonía y se pusieran a hablarle a la gente de afuera, dejando a un lado las intrigas imposibles de adentro. Hay, desde luego, un montón de desencantados. Los nostálgicos del poder imperial del papado se encuentran en franca coyuntura. La fidelidad al Papa, aunque sea jesuita, les está costando carísimo. No era así como sabían moverse. Lo tendrán que hacer. Francisco está actualizando el modelo de acción jesuítico según el cual hay que aprovechar las mediaciones técnicas (incluso ideológicas) de la época, para esparcir el “ethos” cristiano. Y esa manera de ser no es otra que la de Jesús: vivir a la manera de los pobres, siendo pobres y confirmando que la fe necesita acciones concretas para ser fe. Y no un bello cuento del pasado.
Publicado en Revista Siempre!