Hace una semana fuimos víctimas —una vez más— del robo de un vehículo donado al Banco de Alimentos de Querétaro. Me llamó el lunes, temprano, la directora operativa del Banco. Me preguntó qué debía hacer. Sin vacilar le contesté: “Levanta la denuncia”. Luego dudé: ¿para qué? La conclusión muy mexicana fue “no va a pasar nada; vamos a perder el tiempo en el MP, lo único que queda es cobrar el seguro…” Sin embargo, no se lo dije. Colgué el teléfono pensando “pobre, ya perdió todo el día de trabajo; y los que le faltan…”
Desde luego, esa no es una actitud ciudadana ni nada que se le parezca. Es la pereza que nos invade tras corroborar mil veces que el tortuoso sistema judicial mexicano hace que las novelas de Franz Kafka aparezcan como novelas costumbristas. En especial El Proceso. En las agencias del Ministerio Público uno se siente el “ciudadano K”: en cualquier instante puede pasar por sospechoso. Y de la sospecha al tehuacán en las narices hay —a veces— un pasaje imperceptible.
¿Exagero? Acaba de salir la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2012, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI). Entre los datos más aterradores que en ella se pueden encontrar, hay uno que me susurra al oído que no exagero: 91.6% de los delitos cometidos en 2011 no se denunció ante el Ministerio Público.
Si esto es así —y no tengo por qué ponerlo en tela de juicio— el oficio más rentable del país es ser delincuente. Delincuente de medio pelo: ratero, extorsionador, robacoches… Nosotros, los ciudadanos, les estamos dando carta blanca pues nueve veces de cada 10 que nos atracan o nos ultrajan en nuestra dignidad de personas, nos quedamos calladitos, sumisos, esperando que la justicia se haga como por ensalmo. Y nuestros ahorros, coches, objetos de valor para el trabajo, para la producción o la vida familiar se van a engordar el mercado negro, tan floreciente en el extrarradio de las grandes ciudades del país.
El delito florece en este México postrado y alicaído. Nada más el año pasado se cometieron alrededor de 22.3 millones de delitos —asociados a 18.6 millones de víctimas—, de los cuales únicamente 8.4% derivó en una averiguación previa. La cifra de delitos va al alza: en 2010 se cometieron 20.5 millones de delitos y 92% no se denunciaron.
Si usted es mayor de edad y uno de los afortunados que el año pasado no fue “requerido” por los delincuentes, dele gracias a Dios. Uno de cada cuatro compatriotas sí lo fueron. Pero si estuvo en las garras del delito (los más recurrentes son robo o asalto en la calle o transporte público, extorsión, robo total o parcial de vehículo y fraude) y no lo denunció, tiene tache. Eso les abre el camino a los malosos para seguir deshaciendo a su antojo.
(…) La democracia no es un juego de poderes. Es una forma de vida. Que no se limita a esperar que las cosas pasen, sino que se arroja a que las cosas buenas sucedan y las malas no. Un “demócrata radical” dice “no” a la impunidad. Y actúa. Denuncia, se compromete. La nueva ciudadanía no es dejada ni melindrosa. Es viril a secas.
Publicado en el periódico El Universal Querétaro