Desde el año de 2006, medios de comunicación en México, encabezados por Televisa y el Grupo Reforma, han sufrido cuarenta y un ataques con explosivos y armas de fuego por parte de narcotraficantes. Sin embargo, últimamente, se ha atacado (sin armas ni violencia material) a Televisa por algunos inconformes con el resultado electoral que entronizó a Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República (si el Tribunal no dice algo diferente —que no lo va a hacer— el primero de septiembre próximo).
Las cosas han dado un giro espectacular. Antes, quien quería tomar el poder, tomaba la tele. O la bombardeaba. Ahora, quien quiere protestar contra el poder, toma la tele. O la hostiga. Es una demostración —quizá— de hartazgo ante la video-política que tanto ha denunciado Sartori. Pero, también, es una muestra muy clara de que la relación comunicación-poder está siendo detectada (aunque de forma errónea) por las mayorías.
¿Por qué de forma errónea? Porque nunca la violencia (la de las armas o la de la exasperación y el insulto) ha sido el camino para cambiar un modelo de comunicación a todas luces injusto, entregado al dinero del comercio, a los veneros del consumo, a la regresión autoritaria. Antes bien, se obtiene un resultado contrario: su afirmación. La pregunta obligada es si hay otras maneras de enfrentar el fenómeno de la concentración del poder comunicativo en unas cuantas manos. La respuesta es sí. Sí la hay: una sociedad informada correctamente, que sea capaz de ejercer control democrático y de tener criterio en contra de ellos.
La información hace la conciencia del público. Y con la conciencia bien formada es difícil —no imposible— caer en las garras del manipuleo. He estado en varios puntos del país después del 1 de julio y veo a la gente como decepcionada. No con el nuevo presidente, sino con un proceso en el que sienten —a lo mejor le pasa lo mismo a usted, lector— como ausentes. Un personaje en Mérida me dijo que él había votado por Peña Nieto pero que no tenía ninguna ilusión de que hubiera quedado como ganador. “Me siento, dijo, alejado de lo que hice”.
No ha habido euforia. No ha habido mítines ni marchas a favor del presidente electo. Una calma chicha, casi como previo al calor de la canícula, se cierne sobre el país. Y la gente se desquita tirando piedras a las antenas de transmisión. Desde luego que no es ni lo correcto, ni lo permisible.
Los otros cuarenta y un ataques en el sexenio de Felipe Calderón a los medios de comunicación mexicanos son actos criminales que representan intereses criminales, que lo único que han hecho es provocar víctimas, terror y miedo entre la gente. Y han propiciado el caldo de cultivo de la extensión de la violencia como “método” de cambio.
Publicado en Revista Siempre!