Ha llegado el 1 de julio. Y con él la gran movilización electoral que México sufre cada seis años. Digo que sufre porque todavía eso de la contienda electoral “como una fiesta de la democracia”, no se nos da. El espíritu bélico, de conquista y guerra florida, fruto del encuentro de dos mundos que fluye en nuestra sangre, propicia un marco virulento de amenazas, descalificaciones y uno que otro descabezado. Hay rounds de sombra, espectáculo mediático (el hijo del “Chapo”, por ejemplo) y acarreo inmisericorde de pobres que, por una torta, un refresco y doscientos pesos, aguantan firmes calor y candidato, lluvia y discurso interminable sobre la victoria irreprochable que el señor o la señora tienen en el bolsillo o en el bolso.
La nueva cara son las redes sociales. Ya iniciaron su andadura dentro del espectro electoral de México. En seis años, en el 2018, van a ser decisivas. Hoy apenas si hemos visto la punta del iceberg. El movimiento 132, rápidamente cooptado y rápidamente desechado, vino a meter una bocanada de viento fresco en las entrañas de un proceso multimillonario, de país en Jauja, en el que se ha convertido la elección presidencial. Las redes sociales son baratísimas. Y sirven para todo. Para dar mensajes y contra mensajes. Para alentar y desalentar la participación pública de los ciudadanos. Para exhibir o enlodar a un candidato. Para fabricar o desmontar mitos. Tampoco sabemos muy bien manejarlas. En manos de partidos políticos son nada. En manos de la gente, pueden ser mucho.
También asistimos al eclipse de la televisión como arrogante medio que pone y quita presidentes o gobernadores. La prensa ya hace tiempo que salió de la jugada. La radio nunca estuvo dentro. La tv fue, desde 1960, con el debate de Kennedy-Nixon, el icono esencial del trabajo electorero. Si se estaba en sus favores, se estaba dentro. Televisa es el mejor de todos los ejemplos en Hispanoamérica. Hoy mismo lo sigue siendo. Pero, muy pronto, ese imperio bien aceitado de la imagen y el manejo de carreras y agendas políticas, va a sufrir un empellón por las redes sociales.
Hoy, los cuatro candidatos han tenido que estudiar una agenda digital para el futuro de México. Cerrar la brecha digital que existe, pasar de un e-gobierno a un gobierno 2.0, promover el acceso de todos a la Internet, ampliar el espectro, comunicar arriba y abajo…, en suma, desbaratar el privilegio y hacer de la información de ida y vuelta un derecho público que no pase por las instituciones ni por los monstruos monopólicos de la imagen. ¿Cómo será una democracia así? No lo sabemos. Hoy hemos probado el principio. Y ya hay resultados palpables en los candidatos, los partidos y el poder político. Todo cambia con Internet. Todo abandona el viejo esquema de poder encerrado en unas manos para mostrar el músculo del poder repartido en la sociedad. Será, pues, la era de los contenidos. Al final de la oscuridad de los monopolios se puede observar una luz de la sociedad. Quizá. Y que gane México.
Publicado en Revista Siempre!