Los candidatos y la candidata cerraron su participación oficial en lo que respecta a debates organizados por el IFE. Vienen dos semanas y ya. Se acabó la guerra electoral. Pero: ¿hubo guerra?
El segundo debate, realizado en Guadalajara, fue mucho mejor que el primero. Pero el término debate quedó fuera. Debatir quiere decir enfrentar posiciones contrarias. Y salvo el TLC con China (se voló la barda el señor del PANAL), lo demás fue lo mismo, lo mismo, lo mismo.
Josefina fue un poco más a debatir. Andrés Manuel a repetir sus spots en 34 minutos. Y Enrique a no bajar en las encuestas, que lo dan virtual ganador de la contienda. Así, con tanta regla y con tanto miedo, es difícil que se construya una democracia robusta. Siguen los cálculos imponiéndose a la política.
El segundo round fue similar al primero. Sin emplearse mucho, sin tirarse a fondo. Los regateos de la cola del dinosaurio; de los plantones y el mandar al diablo a las instituciones, de la familia de la profesora y de los muertos en las calles de México dieron a cada uno su sombra y su oscuridad. El lenguaje político mexicano es líquido. Se te escurre entre las manos. Se te vuelve gaseoso al aplicarle un poquito de calor reflexivo.
Hay muy poca miga en ese modelo de lenguaje. Vasconcelos decía que México era un país de mudos y que el que hablaba aquí, asustaba. Los candidatos y la candidata —para ser políticamente correctos— no hablan: repiten un guión preparado por sus asesores. Lejos han quedado los tiempos de los aspirantes a puestos de elección que tenían “la peligrosa novedad de pensar”. Lejos una idea completa de nación, destino común: Patria.
Escuchamos proclamas, deseos, planes. Pero no escuchamos al aspirante a la primera magistratura. Son como muñecos de ventrílocuo. Si hay que decir que A es B o que B es A, van y lo dicen. Más allá de todo este círculo vicioso, un pueblo de acarreados ve las pantallas gigantes. Todos se alzan con la victoria. Todos “ganaron” el debate. Pocos, muy pocos varían su postura o cambian su voto. La política mexicana les ha enseñado que deben usarlo a su beneficio. Que deben hacerlo “útil”. Pero no para los demás, para que haya mejores condiciones de vida. Para mí, que soy el universo, el mar y sus pescaditos.
Dos protagonistas más: la tele y el IFE. En una asepsia digna de mejores causas. Ni se vio el debate ni se debatió. Un episodio más de la gustada telenovela de la política nacional. Y como toda telenovela, se habrá de acabar cuando alguien diga la verdad. Cuando asuste.
Publicado en Revista Siempre!