La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) presentó en Cádiz —España— el balance anual y las perspectivas del futuro inmediato de la prensa en Iberoamérica. En el marco de un reconocimiento al historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, y con el paraguas del bicentenario de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812, la SIP fue todo menos optimista en que la libertad de prensa, más bien, de expresión, se esté protegiendo en América Latina.
Por lo menos 24 periodistas fueron asesinados en 2011, en circunstancias que determinan dos cosas: 1. Que se encontraban ejerciendo su profesión. 2. Que en ese ejercicio tocaron puntos “sensibles” de grupos criminales. Hay poca protección continental, aunque, por ejemplo, en México se está legislando para que los atentados graves contra periodistas sean considerados delitos del fuero federal.
El organismo de máxima representación latinoamericana, que agrupa a mil trescientas publicaciones de la región, a través de su presidente, Milton Coleman, urgió a que este tipo de mecanismos de protección a periodistas se hagan efectivos muy pronto. La vida de seres humanos corre peligro constante por llevar a cabo su profesión. Y eso debe ser prioridad del Estado: protegerlos. Más aún cuando su profesión es —como en el caso del periodismo— de alto impacto social.
En el informe anual de la SIP se hace claro que el trabajo de los reporteros de la fuente del narcotráfico, la extorsión, el tráfico de seres humanos y, en general, las nuevas formas de criminalidad como la de las bandas, es el más peligroso de todos. Destacan, en este renglón ignominioso Honduras, Brasil, Colombia y México. Al asedio y a la violencia ejercida sobre periodistas en América Latina, hay que agregar el fantasma de la impunidad. Como en todos los demás rubros, en el de periodistas —al menos en México— nueve de cada diez casos quedan sin esclarecer. Matarlos o mutilarlos es un “trabajo” fácil.
El caso de México es patético: los últimos diez años han sido asesinados o desparecidos más de setenta periodistas, en la mayor parte de los casos, por acciones de los carteles de las drogas.
Y muy poco se hace al respecto. Quizá por lo que señalaba el galardonado con el Gran Premio SIP, Enrique Krauze; porque la libertad de expresión arraigó “tardíamente” en Iberoamérica, y tipos como los Perón, los Castro, Hugo Chávez o Rafael Correa, no les hace mucha gracia que los demás opinen y sepan algo que ellos no quieren que sepan. “Son —dijo— regímenes populistas. Pero no nos engañemos: el populismo es una antesala de la dictadura, una adulteración de la democracia cuyo designio final es ahogar por asfixia a la democracia”.
Al populismo no le interesa la opinión de los particulares sino la conducción de las masas. Nada más peligroso que un tipo que se ponga a investigar por su cuenta. Lo mismo que a los carteles de la droga. La verdad les asusta. Y como no tienen argumentos, recurren a las balas unos, al destierro otros.
Publicado en Revista Siempre!