Tras el primer debate —hay que llamarle de alguna forma a ese desencuentro con las cámaras, con las ideas, con los electores— de los presidenciables, tengo por seguro una sola cosa: ganó el desconcierto. Dos grandes dudas, un golpeador socarrón y un ingeniero civil que se coló con la etiqueta de ciudadano, mediados por una señorita que se reía de todo: eso fue el “debate”.
Hay que decirlo con todas sus letras: el formato del IFE, tan remilgado, tan austerito, tan ineficaz, no enciende la capacidad de diálogo, que es donde se muestra al candidato en su verdad. Dar un golpe y retirarse a la esquina; recibirlo y tener que utilizar la “contra-réplica” —que se trataba de política fiscal— para devolverlo, no solamente hace lento el asunto, lo hace inoperante. Junto con la poca —casi diría nula— capacidad de propuesta creíble de los tres candidatos grandotes, el desastre estuvo servido.
¿Con qué dinero Peña Nieto va a pagar las pensiones? ¿Cómo le va a hacer López Obrador para limpiar a Pemex de la corrupción que arrastra desde que, en 1938, el padre de quien quiere que sea su director la expropió? Vázquez Mota va a hacer socios de Pemex a los mexicanos de afuera y de adentro, dijo. Pero no dijo cómo va a combatir el monopolio de esos bonos en manos de unos cuantos… Quadri propuso triplicar el gasto en ciencia y tecnología, banda ancha de Internet como derecho humano-social fundamental… Puestos a prometer, cualquiera que haya leído tres libros lo hace. Incluso ni tres.
En el fondo, se trata de ganar votos sin ton ni son. ¿Eso es la democracia? ¿Y lo verdaderamente significativo, es decir, la educación? ¿Dónde estuvo en este soporífero intercambio de golpecitos y uno que otro coscorrón? El México agraviado, el de la violencia y el hambre, sigue mirando —como los personajes de Naranjo— un erial sin término, calcinado, en el que ni participan ellos ni hay nadie que los encauce a participar.
Me da vergüenza que eso signifique para los cuatro que quieren dirigir mi país desde el 2012 hasta el 2018. Me da vergüenza ver las fotos al revés, la confusión de un diálogo con una bronca de gallitos en la escuela; el tartamudeo de quienes se aprendieron un guión y apenas pudieron representarlo. Que el candidato ciudadano llegue respaldado por el partido más corporativizado de la historia. Y que “los tres grandes” olviden sus orígenes.
Dicho de forma muy escueta: el gran ausente del debate fue el que debería haber sido el protagonista: mi país.
Publicado en Revista Siempre!