Emma Godoy (Guanajuato, 25 de marzo de 1918 – Ciudad de México, 30 de julio de 1989) fue dramaturga, ensayista, educadora y pensadora católica de muy altos vuelos. Del libro de Enrique Aguayo El pensamiento filosófico de Emma Godoy, extrajo José Manuel Villalpando Nava (Historia de la Filosofía en México) un decálogo interesantísimo, que nos puede ayudar hoy que estamos a las puertas de la Cuaresma 2011 y que necesitamos recuperar el pensamiento católico en México:
«Contra la obsesión económica, la vida frugal y austera, consagrada a valores espirituales desinteresados. Contra el egoísmo, derramarse en el servicio a todos. Contra la hipocresía, la veracidad al responder. ¿Qué es lo que realmente quiero: crear un mundo mejor? ¿O lo que deseo es que me dejen ser un animalote? Contra la decadencia de la cultura, más estudio, más investigación, más arte, más mística, más creación perdurable. Contra los padres que abandonaron a los hijos o deshicieron el hogar con el divorcio, la resuelta decisión de formar una familia sólida. Contra el ateísmo (incluyendo el de algunos curas progresistas), el retorno glorioso a la religión. Contra la irresponsabilidad de los progenitores, una conciencia moral estricta. Contra las injusticias sociales del liberalismo capitalista (tan semejante al marxismo), el cooperativismo, el sistema más nuevo, avanzado y justo. Contra la vanidad y frivolidad de los adultos, el carácter reflexivo, que gusta de cuestiones profundas. Contra la mediocridad, la personalidad egregia».
Se puede o no estar de acuerdo en algunos puntos con doña Emma. Lo que es imposible es no reconocer la impronta católica en su decálogo; la huella de seguimiento a Jesús y, con Jesús, al Padre quien nos manda, a través del Hijo, a ser perfectos en el amor. Es decir, a construirnos una personalidad egregia en la que solamente tenga cabida lo bueno, lo noble, lo hermoso. Y de la cual expulsemos, así sea con violencia, la basura que nos echa encima, a diario, a todas horas, la tele, la moda, la publicidad, el cine, el entretenimiento baboso y dos que tres dictadores del micrófono, cuya moralidad es tan pobre como sus «ideas».