Previo al Mundial de Futbol que se celebró el año pasado en Sudáfrica, los altos dirigentes de la empresa trasnacional en que se ha convertido la FIFA anduvieron propalando la especie de que iban a prohibir las manifestaciones religiosas de los jugadores y entrenadores de los diferentes equipos que coincidieron en la justa deportiva. Fue eso, nada más: una amenaza. Nadie hizo caso.
Hace pocas semanas, al llevar al triunfo al equipo de Monterrey en la primera parte del torneo mexicano, un locutor de la televisión se le acercó al entrenador de los «rayados», Víctor Manuel Vucetich, y le preguntó que cuál era su secreto para hacer campeón a los regiomontanos. Vucetich –en plena euforia, a la mitad del terreno, zarandeado por los abrazos de sus pupilos y sus seguidores— contestó, sin dudarlo: «la fe en Dios».
Por otra parte, Javier Hernández, a quien toda la gente del futbol conoce por el sobrenombre de «Chicharito», cada vez que anota un gol con su equipo, el Manchester United de la liga inglesa, toma un poco de cal de la media cancha y se persigna. También Kaká, el centro delantero brasileño del Real Madrid, abre los brazos al cielo, convoca a sus compañeros a orar antes de iniciar el partido y participa, activamente, en campañas para promover la castidad de los jóvenes hasta contraer matrimonio.
Son cientos los deportistas que no solamente no renuncian a persignarse antes de entrar en la cancha o de tirar una falta: tampoco escamotean el hacer pública su fe, ya sea diciéndola a los entrevistadores, dibujando mensajes en sus camisetas, elevando una oración al cielo por algún familiar difunto o, simplemente, dándole gracias a Dios por la ayuda recibida para lograr un gol, un home-run, un enceste, un récord, un triunfo.
Los gallitos de la FIFA se quedaron callados cuando vieron que estaban fuera de órbita, echando tierra encima de un derecho humano fundamental como lo es la libertad de expresar la fe en público y en privado. Su amenaza de prohibición, como siempre, se iba a cerrar sobre los cristianos, en especial, los católicos. Sin embargo, estos deportistas nos han enseñado que se puede ser triunfador y ser valiente; que nada ni nadie puede contra la fe y que la fe es buena, muy buena, para la salud y la vida plena. Su oposición positiva ante las tentativas autoritarias de la FIFA y de sus imitadores valió y vale más que mil tratados. Un ejemplo extraordinario de la fuerza de donde nace la vida. Y de la esperanza de meterle goles a la sinrazón, al despotismo y al «cártel laicista», que quiere apartar a Dios de los estadios, de las plazas, de las escuelas, de los atrios y de las oficinas, de los talleres y de las fábricas para meterlo o en la sacristía o en el desván de los recuerdos.