Desde hace tiempo he venido repitiendo que el Nican Mopohua (Aquí se relata) debería ser considerado como el texto fundacional de nuestra nación. La narración que hace el autor de este texto sobre las apariciones guadalupanas a san Juan Diego en el Tepeyac conjuga una gran belleza literaria con la profundidad de la expresión náhuatl y el mensaje cristiano.
Como la sagrada tilma de Juan Diego, el Nican Mopohua es, en sí mismo, inexpugnable. A aquélla se le ha querido desvirtuar. En el caso del relato, se dice que fue construido, artificialmente, en el siglo XVII, pero una investigación seria de expertos en el tema fija su composición alrededor de 1550, seguramente escrito por el indígena Antonio Valeriano, alumno de fray Bernardino de Sahagún en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco.
Para fortuna de México, sabios en el mundo náhuatl —modernos tlamatinimes—como el padre Ángel María Garibay o don Miguel León-Portilla, han contribuido a poner las cosas en su lugar; es decir, han dejado en claro —así como los científicos el milagro de la tilma— que el Nican Mopohua no es un invento de los «evangelistas guadalupanos» del siglo XVII, sino un relato de mediados del siglo XVI, el siglo de la conquista y de las apariciones de la Virgen. Dicho de otra forma: el relato es auténtico en su composición y, por lo tanto, podemos considerarlo auténtico en su narración.
Quiero apuntar un dato que en su libro Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua subraya don Miguel León-Portilla: hay, en todo el extenso poema de las apariciones marianas, menos de 15 palabras prestadas del español al náhuatl, palabras como Santa María, Dios, obispo, hora, Castilla, sábado, domingo, lunes, diciembre, iglesia mayor, y otras pocas más que, en el contexto del relato y de los intercambios coloquiales entre san Juan Diego y Santa María de Guadalupe, resultaba necesario que fueran dichas.
Cualquiera que sea el análisis, si es de buena voluntad, aceptará el origen del Nican Mopohua y la imposibilidad absoluta de que se haya tratado de un «montaje» para convencer a los «indios» de México y «meterles el cristianismo en la cabeza». Quien así «piensa», es notorio, no tiene cabeza.