A los ingleses, el Papa Benedicto XVI los ha dejado estupefactos. No sabían quién era, ni cómo era. Lo que funciona en todas partes funcionó en el Reino Unido: la descalificación por adelantado, que es uno de los métodos más tontos de la historia. Porque no entiende nada. Porque no quiere entender nada.
A Joseph Ratzinger de lo que no lo absuelven sus críticos es del hecho de haber sido elegido Papa. Como ellos son oscuros, creen que el Papa es un funcionario que defiende intereses oscuros. Y que por eso lo elige el colegio cardenalicio, sin tener en cuenta –ni en el horizonte más lejano—la acción del Espíritu Santo.
Eso enfurece a la prensa. Que hace esperar a un «pastor alemán» y resulta que se trata de uno de los hombres más bondadosos, más dulces y más sabios que han pisado la tierra. Le cuelgan quién sabe cuántos sambenitos y les sale con aquello del amor, el perdón y la esperanza en Cristo, como única esperanza que llena el corazón humano. Definitivamente, el Papa Benedicto XVI trae «en salsa» a los medios. Y a los idiotas que los secundan en su tarea de empujar al público hacia no tener más fe que en el dinero, el placer y la venganza.
A Benedicto XVI lo que «no le perdonan» es que le hable a los sencillos y no a los poderosos. Estos últimos, de verdad, le tienen sin cuidado. Su palabra es entendida por los jóvenes, por los viejos, por los niños. Decían que iba a vaciar las plazas; que iba a provocar una estampida hacia las denominaciones religiosas más «alegres», más bullangueras. Y nada. Por la simple obviedad de que el hombre fragmentado, mutilado, traído y llevado de aquí allá por la publicidad y el consumo, necesita verdades duras, palabras decisivas, una doctrina que le haga respirar por encima del fango, mirando al cielo, a su verdadera patria.
Y eso lo da el Papa. Sea en Hyde Park, sea en Aparecida; sea en San Pedro o en el estadio de los Yanquis de Nueva York; sea en Caritas in veritate o en el Angelus dominical. Lo da porque lo tiene. Lo tiene porque ora y trabaja. Qué ejemplo para todos nosotros. Menos para quienes no le perdonan el ser un ejemplo porque empaña su «libertad». Con el Papa, el hombre deja de ser una «pasión inútil» para convertirse en lo que es: un acto de amor loco de Dios.