Trataré de ser honesto. Llevo los últimos quince años de mi vida trabajando en proyectos sociales: escuela para niños pobres, financiamiento con microcréditos a las mujeres, banco de alimentos, banco de ropa y enseres domésticos, enfermos de Alzheimer, apoyo a las instituciones que generan servicios a la comunidad, reinserción de prostitutas… Y todos ellos “entran” en la Iniciativa México, que han lanzado, previo al Mundial de Futbol (y con Javier Aguirre en Paseo de la Reforma), los dos grandes pulpos de la conciencia (de la “conciencia posible”) de los mexicanos: Televisa y Televisión Azteca.
En tres lustros, jamás he tenido la oportunidad, siquiera, de ser comprendido por algunos de sus funcionarios. Una vez, en un hotel de la avenida Mariano Escobedo, en la Ciudad de México, en el marco de un encuentro de filantropía, me atreví a señalarles a representantes de los dueños de la tele que nuestra Constitución da a los medios electrónicos el carácter de instituciones de interés público. Por eso les otorga concesiones de explotación de señal. Y que debería haber un espacio en sus programas y noticiarios para quienes sí son noticia, es decir, las instituciones que se dedican, de forma caritativa y heroica, a socorrer a los más necesitados. México, decía entonces y repito hoy, carece de capital social. La confianza es uno de los más grandes y graves déficits del país. La confianza de los ciudadanos con el gobierno, del gobierno con los ciudadanos y de los ciudadanos entre nosotros mismos.
Tal vez fui demasiado enfático al subrayar que buena parte de la culpa por la desconfianza, el rencor, el “no se puede” que enarbolamos los mexicanos a la hora de plantearnos un cambio, era de la televisión privada, que se ha olvidado —de manera sospechosa— de aquello que le marca la Constitución. ¡Horror! Dos o tres de estos amigos, reunidos en la sala, incluyendo a una mujer conferencista, me miraron con bastante indignación. Vino el debate. Como siempre, no salió nada en claro. Como siempre, ganó el que tenía la pantalla a su lado. Y perdió el que ahora intentan incluir en Iniciativa México.
No la descalifico. Es más, voy a tratar de “colar” iniciativas sociales en ella. Pero, me parece, el cambio no viene de alguien que no solamente no quiere cambiar (hay que ver los pataleos que dan los concesionarios cuando se les toca la concesión con el pétalo de una norma, una disposición que ellos consideran contraria a la industria, que no es más que un eufemismo para decir “contraria a mi cuenta de cheques”), sino que ha sido el eslabón más sólido de la cadena de preservación del estatus quo en el que vive México.
Dicho de otra forma: es fácil creer en la Iniciativa México, pero muy difícil creer en quienes la promulgan. Ojalá me equivoque. Y esta vez hayan visto muy cerca el abismo. Porque al abismo nos vamos todos, incluyendo Televisa y Televisión Azteca.
Publicado en Revista Siempre!