Belleza y fe

El domingo pasado mi esposa, Maité, y un servidor, fuimos testigos de un acto excepcional: la entrega del retablo mayor de la Basílica Catedral de Nuestra Señora de los Zacatecas, realizado por el escultor mexicano Javier Marín, en colaboración con los arquitectos Claudio y Christian Gantous. 

Invitados por el obispo de Zacatecas, monseñor Jesús Carlos Cabrero Romero, contemplamos la entrega a Zacatecas y a la posteridad de una bellísima obra de arte barroca y moderna, que le urgía a la Catedral zacatecana, cuya fachada es, sin duda, la más bella de las fachadas barrocas de América y una de las más bellas del mundo. Un concurso ejemplar, una vinculación (también ejemplar) de la Iglesia y el gobierno estatal y federal, dieron por resultado esta nueva joya que se adiciona a la joya que de por sí ya lo era la Catedral en su fachada.

¿Para qué gastar en este retablo monumental, recubierto con hoja de oro de 24 quilates y realizado por un artista mexicano de talla internacional? La pregunta de siempre. Y la crítica de siempre. En este año de gracia 2010, cuando la Iglesia católica acaba de clausurar el Año Sacerdotal, es bueno recordar una sencilla frase del sencillo (y maravilloso) santo Cura de Ars: «A Dios hay que darle lo mejor». Y lo mejor no es lo bueno, lo políticamente correcto, lo pasable, lo que no dice nada al espíritu, el clásico galerón destartalado y sucio en donde celebramos, a veces, el misterio de la fe. Los magos de oriente le dieron al Niño Jesús  oro, incienso y mirra; Jesús nos dio la vida; nuestro Padre nos ha dado el universo: ¿por qué nosotros —gobierno incluido— les hemos de devolver migajas?

La extraordinaria homilía del Nuncio, dice unas cosas fundamentales: dice que la belleza de la fe produce arte y que el arte sacro sirve para evangelizar. Su dimensión cultural promueve el amor y la concordia. Son ambos, amor y concordia, sinónimos de paz. En el México convulsionado y violento que estamos viviendo, el nuevo retablo de la Catedral de Zacatecas es una caricia, un llamado a servir al hombre integral desde la fe. Y, también, una caricia al rostro de nuestra dolida patria.