Uno de los problemas colaterales de la televisión es el sedentarismo. Los niños y los jóvenes del país con mayores índices de obesidad en el mundo, no han llegado a ese nivel de enfermedad sino por haber cesado lo propio de la niñez y la juventud: la activación física.
Los que pertenecemos a la generación previa a la explosión de los canales deportivos de TV, aquella generación que creció con la tele abierta, con Televisa e Imevisión como únicas alternativas, hacíamos mucho más ejercicio que los de la actual generación. Y eso se produce por un fenómeno que conocen muy bien los sociólogos y los psicólogos: el ver tanto deporte por televisión nos exime (imaginaria y realmente) de hacer deporte en la vida diaria. Como si ya hubiéramos cumplido nuestra cuota al ver deporte.
Después de la borrachera televisiva de una Olimpiada o de un Mundial de futbol, hay muchos jóvenes que, simplemente, se sienten absolutamente colmados de ejercicio. Como a una hazaña siguió otra, y otra más; como a un partido le siguieron muchos más en una semana, ya no hay para qué jugar nosotros; ya no existe motivación. Por dos razones. La primera es que cada día el deporte alcanza mayores niveles de destreza, desgaste, preparación, capacidad y fuerza física. La segunda es que tenemos la impresión de que basta con ver jugar bien, correr rápido, saltar muy alto para reconocer que “lo podríamos hacer” si nos dedicáramos a eso. Pero como no nos dedicamos, mejor que lo haga bien otro y no yo.
Entiendo que lo que digo es muy subjetivo, que tal vez me pase a mí. Pero es una tendencia innegable del mundo de la imagen, una de las pruebas de que existe adicción a la pantalla: mientras más veo menos satisfecho quedo con mi vida prosaica y sin gloria. Y si no estoy satisfecho con lo que estoy viendo, que raya en los niveles de la perfección de la habilidad deportiva o de la capacidad física, mucho menos satisfecho quedaré de mi desempeño en la pista, en el gimnasio, en el campo de juego. Mejor quedarme sentado, frente al televisor, admirando lo que otros hacen y haciendo de ellos ídolos de mi vida cotidiana.
Ahora que la SEP ha sacado de la escuela de educación básica las frituras y las fritangas, ¿no sería tiempo ya de que empezáramos a considerar una materia de lectura crítica de los medios, en especial de la televisión? Sobre todo si es cierto que lo que se quiere es la activación física de los chamacos y la reducción del costo social tan inmenso que tenemos que pagar como país por la obesidad mórbida de millones de niños y niñas mexicanos.
Publicado en Revista Siempre!